En el post ¿Qué requiere la Vida Eucarística? te contamos que existían diversos grados de perfección eucarística: los Discípulos Eucarísticos, los Ciervos Eucarísticos y las Magdalenas Eucarísticas. Cada grado implica un amor particular por el Santísimo Sacramento. Los Discípulos Eucarísticos se caracterizaban por su necesidad de comulgar a diario. Hoy veremos quiénes son los Ciervos Eucarísticos1.
La vida de los Ciervos Eucarísticos se halla descrita en el primer versículo del salmo 41:
Como desea el ciervo las fuentes de aguas, así, oh, Dios, mi alma clama por Ti.
Los Ciervos Eucarísticos en las Sagradas Escrituras
Meditando en las santas Escrituras, guiados por los Padres y sagrados intérpretes, vemos que una de las criaturas más estimadas, escogidas por el Espíritu Santo para simbolizar virtudes grandes y delicadas, es el ciervo:
La voz del Señor estremece a los ciervos (Sal. 28, 9).
Así lo afirma el rey David:
Dios es el que me revistió de fortaleza: y allanó perfectamente mi camino. Hizo mis pies tan ligeros como los de los ciervos. Y al fin me colocó en el lugar elevado en que me hallo. (2 Rey. 22, 33-34),
Las palabras con las que el profeta Habacuc sella sus vaticinios son igualmente hermosas y expresivas:
Yo me regocijaré en el Señor, y saltaré de gozo en Dios, mi Salvador. El Señor Dios es mi fortaleza. Y Él me dará pies como de ciervo. Y el vencedor me conducirá a las alturas de mi morada, cantando yo himnos en su alabanza. (Hab. 3, 18-19).
Jesús es comparado con los ciervos en el Cantar de los Cantares:
Mi amado es todo para mí y yo soy toda de mi amado; el cual apacienta su rebaño entre azucenas hasta que declina el día, y caen las sombras. Vuélvete corriendo: aseméjate, querido mío, a la corza y al cervatillo que se crían en los montes de Beter. (Cant. 2, 16-17).
En las palabras de David, Habacuc y Salomón encontramos la expresión sincera de los sentimientos del corazón de los Ciervos Eucarísticos. A diferencia de los Discípulos Eucarísticos, que se dirigen con sus propios pasos hacia el Tabernáculo, los Ciervos Eucarísticos, van de prisa, como los ciervos, a Jesús. Los Discípulos Eucarísticos se dirigen despacito, no se alejan de la perfección ordinaria y están simplemente deseosas de la divina Eucaristía. Por el contrario, los Ciervos Eucarísticos alcanzan grandes alturas de perfección y están sedientas del Santísimo Sacramento.
Jesús dice a los Discípulos Eucarísticos:
Venid a mí, todos los que están afligidos y agobiados, que Yo los aliviaré. (Mt. 11, 28)
Mientras que invita a los Ciervos Eucarísticos:
Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. (Jn. 8, 37)
Los Ciervos Eucarísticos se caracterizan, no solo por la Comunión diaria, sino también por la agilidad de los ciervos para crecer en su amor a la Eucaristía y en su vida espiritual.
La pureza de los Ciervos Eucarísticos
¡Almas afortunadas! Serán quizá las discípulas de María de Nazaret. Pertenecerán a aquellas pocas que, con las bendiciones del cielo, han conservado intacto el tesoro de la inocencia y siempre blanca la vestidura bautismal, sin que ninguna mancha la haya deslucido, ni la carcoma roído, ni llama abrasado.
Crecieron en los años como las palmas del desierto, a cuya sombra ninguna serpiente osó nunca anidar. O como los lirios de los valles, en cuyo cáliz la malicia jamás llegó a depositar los tristes gérmenes del vicio. Educadas en medio del mundo, conocieron a tiempo su malicia, evitaron sus peligros, huyeron de sus insidias, vencieron sus seducciones.
p. antonino de castellamare.
Y cuando el mundo quería atraerlas con sus encantos sugestivos, gritaron con Inés de Roma:
¡Aléjate de mí, oh pasto de muerte!
Y al demonio, que les presentaba el pecado mortal como hermosa y agradable manzana, respondieron con el pequeño mártir Pelayo:
¡Quítate de en medio, inmunda bestia!
¡Almas afortunadas! Ahora son las más ágiles, porque son las más inocentes. La inocencia es la suprema agilidad del espíritu cuando, sobre todo, son almas labradas con el doble buril del amor y del sacrificio. Cuando el escultor divino las ha perfeccionado a golpes de cincel. Y el cincel es la santa Cruz.
Hermanas de María Magdalena
¡Almas afortunadas! Serán por ventura las hermanas de María Magdalena. No todos los Ciervos Eucarísticos han llevado una vida pura desde la infancia. Pecaron en su juventud, pero se arrepintieron y tuvieron una conversión radical.
Hubo algunos que, en un momento de su vida, prematuramente abrieron sus corazones a un soplo profanador. Cayeron las flores, se marchitaron los lirios, desapareció la inocencia.
Las incautas hijas de Eva sonrieron a la serpiente, y la serpiente demasiado pronto las envenenó. Sonrieron al mundo, y el mundo, primero las encantó, después las despreció, y por último las dejó. Entonces fue cuando sus ojos se abrieron y, al encontrarse con los del Salvador, cayeron delante de Él, arrebatadas de su amor, traspasadas de dolor y víctimas de penitencia.
La penitencia es hermana de la inocencia. Por eso, si la inocencia es suprema agilidad del espíritu, también de penitencia, la cual es llamada bautismo. Tiene sus alas. También la penitencia da gran agilidad al espíritu, especialmente cuando este bautismo de dolor es como un baño cotidiano, como un lavatorio perenne.
La agilidad de los Ciervos Eucarísticos
Ved, pues, a estas almas agilísimas, o penitentes o inocentes. Ved a estos ciervos sedientos, llenos de amor a la Eucaristía. Toda su vida es una inclinación al Tabernáculo, un suspiro por la Comunión, un deseo de Jesús Sacramentado.
P. antonino de castellamare
Estas almas dichosísimas, al despertarse por la mañana, sienten susurrar a sus oídos:
Ábreme hermana mía, amiga mía, paloma mía. (Cant. 5, 2)
A la voz de Jesús que las despierta, saltan del lecho para abrir al Amado:
Me levanté para abrir a mi Amado. (Cant. 5, 5)
Y comienza la jornada con una primera victoria sobre la pereza. ¡Dichoso el día que comienza con una primera victoria matutina!
Apenas levantadas, ofrecen a Dios el primer latido de su corazón y su primer suspiro. Después saludan con fervor a aquella partícula bendita que, encerrada en el copón, las aguarda. Si fueran libres, si sus deberes no las detuvieran, estas almas eucarísticas, apenas levantadas, correrían a la iglesia, volarían a Jesús. Pero sus obligaciones las detienen, y ellas prefieren su cumplimiento. Porque saben que el cumplir con los propios deberes es la mejor y más hermosa preparación para la santa Comunión.
Sin embargo, si las observáis, advertiréis que despachan todo con cierta presteza. No que se precipiten, esto no. Pero tienen cierta prisa, cierta manía, cierta amable inquietud: es la sed de Jesús. Se apresuran dejando para después de volver de la iglesia aquello que se puede dejar. Y si cualquier obstáculo imprevisto las retarda, sufren mucho internamente, pero quedan tranquilas, viendo en todo obstáculo la voluntad de Dios; en todo impedimento un engaño del divino amor.
Saciando su sed
Mas salen finalmente para ir a la iglesia. Si el decoro y la razón no las detuviesen, echarían a correr; van con gran prisa, como la Santísima Virgen cuando, se llegó a la casa de Isabel. No obstante, en esta alma eucarística que se apresura para ir a la iglesia hay una cosa que corre de veras y que no puede detenerse: es el corazón. De la misma manera que Pedro y Juan, a la noticia de Jesús resucitado, partieron juntos del Cenáculo, pero Juan llegó primero que Pedro. Así también el cuerpo y el corazón de esta alma sedienta salen juntos de casa para ir a la iglesia, pero el corazón llega antes que el cuerpo.
Llegada a la iglesia, se pone de rodillas al borde de la fuente eucarística y grita al Señor, como Sansón:
¡Me muero de sed, oh, Señor! (Juec. 15, 18)
Y repite con David:
Como desea el ciervo las fuentes de aguas, así, oh Dios, clama por ti el alma mía.
¡Oh! ¡qué largos son para esta alma los momentos que retardan la Comunión! ¡Qué pena siente si la Santa Misa no comienza pronto, si el sacerdote tarda y no sale todavía!
Mas ¡he aquí que viene ya el Señor! El arroyo se acerca, sus labios se aproximan, el agua eucarística cae en su corazón, y desciende y corre por su pecho. ¡Qué frescura de Paraíso! Sus potencias se recogen, sus ansias se calman … ¡Ha bebido al Señor, ha comido al Señor! … ¡Oh portento! ¡Oh espanto!…
El día a día de los Ciervos Eucarísticos
Cuando Esaú vendió su primogenitura, se dijo:
Comió, bebió y se marchó. (Gen. 25, 34)
Cuán hermosas son estas tres palabras, aplicadas a esta alma eucarística: ha comido la Carne del Salvador, ha bebido su Sangre, está saciada, se le apagó la sed. No le resta ya más que marchar, salir de la iglesia y volver a sus trabajos y al cumplimiento de sus deberes.
El alma eucarística, de la que hablamos, principia la acción de gracias en la iglesia para terminarla en casa. La comienza por la mañana para continuarla durante las horas del día y prolongarla hasta la noche. ¿Es un ciervo? Pues así debe ser.
Es propio de los ciervos saltar. Así lo dice la Sagrada Escrituras.
Decid a los pusilánimes: Buen ánimo, y no temáis … Dios mismo en persona vendrá y os salvará … Entonces el cojo saltará como el ciervo …
Jesús mismo, en el Cantar de los Cantares es llamado:
el que viene saltando por los montes y brincando por los collados. (Cant. 2, 8)
Ahora bien, estas dos palabras dan cabalmente el carácter del alma eucarística, de la
cual hablamos: su amor a Jesús es un amor saliens et transiliens: va a saltos, a brincos.
En su corazón lleva la fuente de la vida. En medio de sus ocupaciones, de sus fatigas y trabajos, la perderá de vista, mas no habitualmente. Muchas veces se olvidará del Señor, y otras tantas se volverá a acordar de Él. y andará saltando en su derredor con saltos del corazón, con suspiros y jaculatorias.
Para meditar
Los ciervos eucarísticos son almas sedientas de Cristo, cuya vida gira en torno al Santísimo Sacramento. Anhelan con todo su ser unirse a Él en la Sagrada Comunión. Corren ágilmente hacia el altar, donde el Señor los espera, oculto en las Especies Eucarísticas. En su humildad y fervor, renuncian a todo lo que los aparte de Él, venciendo los obstáculos del mundo con ligereza y prontitud. Su amor es ardiente, su fe inquebrantable, su confianza absoluta. No buscan otra cosa que vivir para Cristo y en Cristo, saciándose de su presencia real en la Eucaristía.
Mira en ellos un modelo a seguir y examina tu propio corazón. ¿Con qué disposición te acercas al altar? ¿Es tu deseo tan intenso como el de aquellos que suspiran por el Pan de Vida? Deja que el ejemplo de los ciervos eucarísticos encienda en ti un amor más puro y generoso por el Señor sacramentado. Corre también tú, con prontitud y fervor, hacia el único Bien que puede saciar los anhelos de tu alma.
¡Qué tengas un Santo Día!
- P. Antonino de Castellamare. (O.M. Cap.) (1987) El Alma Eucarística: ¿quién es? ¿cómo se conoce?, ¿cómo se forma? Sevilla: Apostolado Mariano, pp. 44-49 ↩︎