En la primera parte de esta meditación, vimos que, para que un alma sea verdaderamente eucarística, es necesaria la pureza de corazón ¿Cuál es el segundo requisito para crecer en amor y devoción a Jesús Eucaristía? En este post te contamos más.
¿Qué requiere la Vida Eucarística? (1° parte) – fervorcatolico.com: ¿Qué requiere la Vida Eucarística? (2° parte)VI-Adorno de virtudes cristianas
Nova sint omnia. He ahí el segundo requisito para ser alma eucarística: adorno de virtudes cristianas.
P. Antonino de castellamare
Todo nuevo. Así comprendo por qué Jesucristo con un prodigio de humildad se preparaba a un prodigio de amor, esto es, lavaba los pies a los Apóstoles antes de instituir el Sacramento del altar; ahora comprendo por qué el pobre San Pedro, conmovido, gritaba: «Señor, ¿Vos lavarme a mí los pies? Jamás me los lavaréis». (Jn 13, 6, 8)
¡Omnia, todo! Para ser el alma cenáculo completo, no basta, por tanto, que viva habitualmente en gracia de Dios; es menester que esté también adornada de santas virtudes. El primer Cenáculo no fue solamente una sala limpia, sino también adornada.
Ciertamente, una habitación vacía puede ser la más limpia, pero no la más hermosa; será también la más hermosa, cuando estando completamente limpia, llegue a estar la mejor adornada. La gracia santificante, sin duda alguna, purifica al alma quitando de ella todo lo que es indigno de Dios y dándole una belleza que pudiéramos decir general; la belleza que pudiéramos decir general; la belleza particular, diversa, gradual, la recibe de las virtudes, ya sean teologales, ya cardinales o morales. Son, pues, las virtudes las que completan el adorno del alma que se halla ya hermoseada por la gracia santificante. Ahora bien; es precisamente este aparejo de santas virtudes el que se requiere igualmente en un alma para que pueda ser eucarística.
La gracia santificante hace del alma el templo viviente de Dios; pero, para que un edificio sea templo de Dios, no bastan sólo los muros, ni son suficientes sólo las paredes desnudas y lisas; muchas otras cosas se necesitan para que un templo pueda ser, aunque nada más sea, una pobre casa del Señor. Un alma, con sólo la gracia santificante, sin el adorno de las virtudes cristianas; esto es, un alma de poca fe, de poca esperanza y de poca caridad; un alma sin fervor alguno, distraída, disipada y llena de tibieza; un alma, en fin, que huye de los pecados mortales, pero que comete toda suerte de pecados veniales, aún deliberados, será, sin duda, templo de Dios, porque llega todavía a conservar la gracia santificante; pero será un templo verdaderamente lúgubre, una iglesia vestida de luto, o mejor dicho, una iglesia en el día de Viernes Santo. Y el Viernes Santo es propiamente el único día que no es eucarístico, porque es el único día en que no se celebra la Santa Misa, ni se consagra la divina Eucaristía. Luego, si el Viernes Santo, entre los días del año, es el único día que no es eucarístico, ¿cómo queréis que sea eucarística un alma, sin el adorno de las virtudes, cuando es precisamente esta espiritual desnudez la que le hace semejante al Viernes Santo?
VII-Pocos son los elegidos
Con sólo la gracia santificante, el alma será semejante a la Casa de Nazaret; mas no será nunca el Cenáculo de la Eucaristía; para que lo sea, debe estar no sólo purificada y limpia, sino también embellecida y adornada de las virtudes cristianas.
No podemos dejar de recordar a los que comulgan diariamente, que también se les puede aplicar en sentido eucarístico la sentencia del divino Maestro:
Multi sunt vocati, pauci vero electi (Mt 20, 16)
Son muchos los llamados al banquete eucarístico, pero ¿viven todos vida eucarística? Son muchos los sacerdotes que suben todos los días al altar del Señor, pero ¿suben todos siempre lo menos indignamente que sea posible? Cuántos religiosos y religiosas, cuántas vírgenes, cuántas almas, día tras día, reciben la Comunión; mas ¿cómo lo hacen? ¿con qué preparación y acción de gracias? y ¿qué fruto han sacado de años y años de comuniones? Recibir todos los días la Eucaristía y no alcanzar nunca la perfección eucarística, ¡qué pena, Dios mío, y qué contradicción!
VII- ¿Tierra fértil o pedregosa?
También en sentido eucarístico se puede aplicar la parábola del sembrador:
[…] salió a sembrar su simiente; y de ésta, un poco cayó sobre el camino, y fue pisoteada y comida por las aves del cielo; otro poco cayó entre espinas y quedó sofocada; finalmente, otro poco cayó en buen terreno y dio fruto, dónde ciento por uno, dónde sesenta, y dónde treinta (Mt 13, 3-8).
Propiamente así sucede con el grano eucarístico, que son las santas comuniones ¡Y cada uno puede aplicárselo a sí mismo!
En estos tiempos, verdaderamente eucarísticos, hay muchas, muchísimas almas de sacerdotes y de legos, de religiosos y de seglares, de vírgenes y de casados, de las cuales se puede afirmar que sus comuniones caen «en un corazón bueno y perfecto, y dan fruto mediante la paciencia» (Lc 8, 15); mas, por desgracia, no faltan tampoco de aquellos, de los cuales se puede repetir el lamento de Jeremías: «Sembraron trigo, y segaron espinas» (Jer. 12, 13). También las comuniones son trigo, trigo eucarístico, trigo de los escogidos; y sin embargo, también de las comuniones se pueden recoger espinas.
No hemos hecho esta reflexión para infundir el desaliento en las almas y alejarlas de la mesa eucarística; todo lo contrario. Pues, si comulgando todos los días, somos tibios e imperfectos, ¿qué llegaríamos a ser si comulgásemos raramente? Y ¿qué sería de nosotros si dejásemos del todo la santa Comunión?
Comulguemos todos los días; mas hagámoslo con el temor y reverencia, y aún con el mismo fervor, con que los Santos se acercaban a la sagrada mesa.