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Natividad del Señor – 25 de diciembre

“Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, Tu Palabra omnipotente se lanzó desde el cielo” (Sb 18, 14-15)

Con inmensa alegría celebramos hoy, con toda la Iglesia, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo; Dios hecho hombre.

    Sentido de esta celebración

    En un acto de amor y misericordia infinitos, Dios quiso venir al mundo para redimirnos; asumiendo nuestra naturaleza humana, haciéndose en todo semejante a nosotros excepto en el pecado (Cf. Hb 4, 15).  

    La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo Eterno del Padre, nace en el tiempo, dando comienzo desde la cuna a su misión redentora aquí en la tierra.

    El Evangelio nos narra que San José se dirigía junto con la Santísima Virgen hacia Belén para cumplir con el censo  decretado por el César Augusto. Dice San Lucas:

    “Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él».” (Lc 2, 1-14)
    ¡Que  misterio inefable! El Todopoderoso, al que  ni la tierra ni el cielo pueden contener, irrumpe en la Historia y nace en una humilde gruta de Belén. Manifiesta con júbilo la Sagrada Escritura:

     “…un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz».” (Is 9, 5)

    De este modo, el Mesías prometido viene a nosotros para restaurar la amistad con Dios que el hombre había perdido a causa del  pecado original. Así lo han expresado bellamente muchos santos: “El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera hacerse hijo de Dios.”

    La humildad del Divino Niño

    En el libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI, comentando el nacimiento del Señor, nos ofrece este luminoso pensamiento:

    <<Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada>> (Lc 2, 6s) (…) La reflexión creyente sobre estas palabras ha encontrado en esta indicación un paralelismo interior con las palabras, llenas de profundidad, del prólogo de Juan: <<Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron>> (Jn 1, 11). Para el Salvador del mundo, para aquel en vista del cual todo fue creado (cf. Col 1, 16), no hay lugar. <<Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza>> (Mt 8, 20). El que fue crucificado fuera de la ciudad (cf. Heb 13, 12) vino al mundo también fuera de la ciudad. (…) Desde el nacimiento, El no pertenece al ámbito de lo que es importante y poderoso en el mundo.”1 Y, no obstante, el cielo y la tierra se estremecen ante la divina presencia de este Niño, el Verbo de Dios hecho carne. Continúa más adelante el Santo Padre: “El pesebre es el lugar en que los animales encuentran su alimento. Ahora bien, en el pesebre yace aquel que se ha designado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo (…) Es el alimento que regala al hombre la vida verdadera, la vida eterna.”2

    Por su parte, meditando sobre la humildad del Divino Salvador, escribe el P. Tomás de Villacastín, S.I.:

    “Este Niño es el Señor y Verbo Eterno, que está en medio de las dos Divinas Personas [el Padre y el Espíritu Santo]; es el mismo que después estuvo en el monte Tabor transfigurado en medio de Moisés y Elías, y el que el día del Juicio estará sentado en el trono de Su Majestad, en medio de buenos y malos; y este mismo es el que ahora, en su entrada en el mundo, está puesto y reclinado en un vil pesebre, en medio de dos animales, predicándote (…) no con la lengua, sino con el espíritu; no con palabras, sino con obras: <<Aprende de Mí, que soy manso y humilde de corazón>>”3

    Día de inmenso gozo

    Dejemos por un momento las preocupaciones y tristezas, porque en este día de gracia el Niño Dios nace para traernos la alegría verdadera y la paz que solo Él puede dar.

    Así nos exhorta San Agustín:

    “¡Despierta, hombre; por ti Dios se hizo hombre! ¡Despierta, tú que duermes y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará! Por ti -digo- Dios se hizo hombre. Estarías muerto para la eternidad si él no hubiera nacido en el tiempo…”4

    A su vez, el Papa San León Magno nos anima con estas maravillosas palabras:

    “Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.

    Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido” Y agrega más adelante el santo: “Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.

    Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

    Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.” (Sermón 21)

    Calenda o anuncio de Navidad

    La Liturgia de las horas conserva desde antiguo este bellísimo himno que anuncia solemnemente la Natividad de Nuestro Señor, dando fin al tiempo de Adviento. El nombre es tomado de sus primeras palabras.

    Octava Calenda de Enero5 (…) Habiendo transcurrido innumerables años desde la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen; pasados siglos y siglos desde que, tras el diluvio, el Altísimo puso en las nubes su arco como signo de alianza y paz; en el siglo veintiuno desde que Abraham, nuestro padre en la fe, salió de Ur de los Caldeos; transcurridos trece siglos desde que el Pueblo de Israel fue guiado por Moisés para salir de Egipto; cerca del año mil desde que David fue ungido rey; en la sexagésima quinta semana de la profecía de Daniel; en la centésima nonagésima cuarta Olimpíada; en el año setecientos cincuenta y dos desde la fundación de Roma; en el año cuadragésimo segundo del imperio del César Octaviano Augusto, estando todo el mundo en paz, Jesucristo, Eterno Dios e Hijo del Eterno Padre, queriendo santificar el mundo por su advenimiento, fue concebido por obra del Espíritu Santo, y transcurridos nueve meses después de ser engendrado, en Belén de Judea nació de la Virgen María hecho hombre. La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne.”6

    Adoremos al Niño Dios

    La Santa Madre Iglesia nos invita hoy a acudir junto al pesebre, para contemplar y adorar al dulce Niño Dios: “Venid, adoremos al Señor…Del Padre Eterno, Esplendor Eterno; oculto bajo la carne, veremos a Dios hecho niño, envuelto en pañales” (Venite, adoremus Dominum…Aeterni Parentis Splendorem aeternum, velatum sub carne videbimus pannis involutum)7.

    ¡No le dejemos sólo! Hagamos a un lado las distracciones mundanas, y a ejemplo de la María Santísima y de San José permanezcamos en gozosa adoración ante el Divino Niño, que es el verdadero corazón de esta Fiesta.

    Oración ante el misterio del nacimiento de Jesús

    Les ofrecemos una bellísima oración8 para rezar ante el Divino Niño:

    Así te necesitaba, oh Dios, mi corazón: “hecho hombre”, para poder mirarte con mis propios ojos y poder amarte con un amor más humano.

    Y tu bondad todopoderosa hace el milagro: Tú el infinito, te reduces a la pequeñez de un niño, y me miras y me sonríes y me amas.

     Tú el Verbo eterno de Dios, eres ahora “el recién nacido”;

     Tú, mi Creador omnipotente, estás ahora “débil” en mis manos;

     Tú, la belleza invisible e infinita, brillas ahora ante mis ojos.

    Tú, el omnipresente invisible, ahora “estás ahí” frente a mí, visible, palpable, asequible; “estás ahí” y puedo mirarte, y ha­blarte con palabras humanas y oír el sonido de tu voz.

    Contigo traes el cielo a la tierra; traes la luz inextinguible de la Verdad eterna; traes el fuego vivificante del amor divino.

    Vienes pequeño como un niño, pero traes en tu corazón los tesoros más valiosos: la santidad, la sabiduría, el gozo, la paz.

    ¡Oh Niño Dios! hazme partícipe de tus ri­quezas: llena con tus dones mi alma pobre y vacía; mi miseria necesita de tu divina limosna.

    Enciende con tu ardiente fuego mi frío corazón de carne; comunícale tu calor y tu aliento vital.

     ¡Tú eres todo amor, oh Niño de Belén! eres amor divino que abrasa al hombre, eres amor humano que adora a Dios.

    Tú y tu vida me pertenecen, ¡Oh Jesús! porque naces para ser con tu ejemplo mi seguro Maestro; naces para ser con tu muerte mi amado Redentor.

    Quiero vivir siempre, oh Jesús, la alegría de tu natividad; la alegría de saber que naces para mí, y que vienes a buscarme para llevarme contigo.

    Quiero repetirme a cada instante tu Buena Nueva: “El Deseado de mi alma vive ya junto a mí; ya ha llegado y está a mi lado el que esperaba a con ansias”.

    ¡Regocíjate, corazón mío, ante tu Dios Niño! ¡Regocíjate y alégrate hasta que el gozo inunde mis ojos de lágrimas!

    ¡Oh Jesús, Niño Dios! Tú, el Pequeño Infinito, cubre mi pequeñez con tu grandeza, y llena con tu amor el inmenso vacío de mi alma.

    Amén.

    ¡Feliz y Santa Navidad!



    1. Ratzinger, J.-Benedicto XVI. (2019). Jesús de Nazaret, Encuentro, p. 90 ↩︎
    2. Ibidem, p. 91 ↩︎
    3. Villacastín, T. Del Nacimiento de Cristo, Nuestro Señor, en Belén en Manual de Meditaciones, Testimonio, p.77 ↩︎
    4. San Agustín, Sermón 185 (trad. Pío de Luis, OSA) ↩︎
    5. El calendario romano indicaba con esta expresión la fecha correspondiente a ocho días antes del 1 de enero. ↩︎
    6. La Calenda o Anuncio de Navidad ↩︎
    7. Canto tradicional Adeste fideles ↩︎
    8. Oración compuesta por el P. J. Triviño, incluida en su Devocionario hacia la Vida Eterna ↩︎

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