“Tota Pulchra es, Maria! Et macula originalis non est in te.- ¡Toda Hermosa eres, María! Y la mancha original no está en ti.” (antigua oración)
Con inmensa alegría celebramos hoy, con toda la Iglesia, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.
Origen y sentido de la Solemnidad
Un día como hoy, del el año 1854, el Sumo Pontífice Pío XI, en una Basílica de San Pedro colmada de fieles, proclamaba solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María.
¿En qué consiste esta verdad de fe?
Elegida desde toda la eternidad para ser Madre de Dios, María Santísima fue singularmente preservada de toda mancha del pecado original desde el primer instante de su concepción. A partir de este momento, fue exenta de todo pecado, en previsión de los méritos de la redención de Cristo con su muerte en la Cruz. Es así que la Virgen, desde la concepción, fue plena de gracia, en virtud de su especialísima y única misión en el Plan Salvífico de Dios como Madre del Redentor del mundo.
La devoción a este privilegio sin igual de María comenzó a difundirse por primera vez en Oriente, en el siglo VII. Durante el siglo siguiente se extendió también a Occidente, siendo especialmente acogida con gran fervor en Irlanda1.
Posteriormente, en el transcurso de la denominada Edad Media, varios teólogos abordaron y discutieron el alcance y sentido de la Concepción Inmaculada de María. Los franciscanos tuvieron un papel muy importante en la defensa de este sublime misterio2.
El dogma de la Inmaculada Concepción
Finalmente, la Santa Madre Iglesia aclaró de forma definitiva esta cuestión, cuando el 8 de diciembre de 1854, el Papa de ese entonces, Pío IX, proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción con estas impresionantes palabras:
“Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”. (Bula Ineffabilis Deus)
¿Qué implica que la Virgen se halle completamente eximida del pecado original?
Sabemos por la Revelación que, luego del pecado de Adán y Eva, esa primera falta voluntaria contra la Ley de Dios, toda la humanidad hereda al nacer esta culpa original3, la cual se borra mediante el sacramento del Bautismo. Aún así, queda en el alma una inclinación al pecado, la cual se combate con el auxilio de la gracia divina4, principalmente a través de los sacramentos, canales privilegiados de la gracia, instituidos por el mismo Señor Jesucristo. Asimismo, todas las faltas personales que cometemos después del Bautismo, se perdonan, ordinariamente, a través del sacramento de la Confesión o Penitencia.
Pues bien, María Santísima quedó exenta del pecado original y de toda inclinación al pecado. Ya desde su Purísima Concepción, sin mancha alguna de pecado, fue preparada para su maternidad divina.
“María no sólo no cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre del Redentor.” ( Benedicto XVI, Ángelus 8.12.2006)
Referencias bíblicas a la Inmaculada Concepción de María
En la Escritura Santa encontramos, de manera implícita, esta verdad de fe. En el libro del Génesis, luego de que Adán y Eva cometieran el primer pecado, exclama Dios a la serpiente, es decir, a Satanás:
“Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3, 15)
Comentando este pasaje, expresa San Juan Pablo II: “la absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.” (Audiencia general, 29.5.1996)
En el Nuevo Testamento, el Evangelio de San Lucas recoge las palabras de la salutación del Ángel San Gabriel a María: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1, 28).
Explicando esta expresión, enseña el Papa Wojtyla: “en el texto griego del Evangelio de San Lucas este saludo se dice: kecharitoméne, es decir, particularmente amada por Dios, totalmente invadida de su amor, consolidada completamente en El: como si hubiese sido formada del todo por El, por el amor santísimo de Dios.” Y continúa más adelante el Pontífice, comentando un texto paulino:
“San Pablo en la Carta a los Efesios escribe: “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido, en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la Persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables en El por el amor” (Ef 1. 3-4).
Estas palabras se refieren de modo particular y excepcional a María. Efectivamente, Ella, más que todos los hombres y más que los ángeles— “fue elegida en Cristo antes de la creación del mundo”, porque de modo único e irrepetible fue elegida para Cristo, fue destinada a El para ser Madre.” (Homilía, 8.12.1980)
María Santísima, siendo plena de gracia, no tiene la menor sombra de pecado. ““No debe creerse que Él, el Hijo de Dios, nacería de una Virgen y tomaría su carne, de tener ella la más mínima mancha de pecado original.” (San Bernardino de Siena)
En este día especialísimo renovemos nuestro amor filial a María Inmaculada. Pidámosle confiadamente que nos cubra con su maternal manto y nos guarde del pecado, sobre todo del pecado mortal.
Ella purifique nuestro corazón, en este tiempo de Adviento, para recibir dignamente su Divino Hijo en esta Navidad.
La Virgen María, por un privilegio único en vista de su destino divino, fue concebida sin pecado. Nunca el demonio tuvo poder alguno sobre Ella, porque estuvo exenta de pecado original. Debes honrar muy especialmente esta prerrogativa de la Madre de Dios, porque es el comienzo de su santificación y de su gloria. Regocíjate con Ella por la dicha que tuvo de ser librada del pecado de Adán, y recibir más gracias, en ese momento feliz de su Concepción, que las que nunca poseyeron los hombres y los ángeles juntos. (P. Juan Esteban Grosez, S.J.)5
¡Ave María Purísima, sin pecado concebida!
- Cf. Azcárate, A. (1943). Nota litúrgica a la Inmaculada Concepción de la Sma. Virgen María en Misal diario para América, p.1001 ↩︎
- Cf. Azcárate, A. (1943). Nota litúrgica a la Inmaculada Concepción de la Sma. Virgen María en Misal diario para América, p.1001 ↩︎
- “Aunque propio de cada uno (cf. ibíd., DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada “concupiscencia”)” Catecismo de la Iglesia Católica, n°405 ↩︎
- Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: ” El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual” (n°405) ↩︎
- Grosez, J.E. (1982). Santoral con meditación diaria [Vol. IV]. Editorial Iction, pp. 151 ↩︎