Año Litúrgico - Blog

Solemnidad de Cristo Rey

    “Sobre sus hombros está el imperio, y lleva por nombre: Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz. El imperio será engrandecido, y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para sostenerlo y consolidarlo con el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre.” (Is 9, 5-6)

    Con gran gozo celebramos hoy, último domingo del año litúrgico, la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

    Origen y sentido de esta fecha

    En el año 1925 el Papa Pío XI instituyó esta preciosa Solemnidad mediante la carta encíclica Quas Primas

    El creciente laicismo que excluía a Cristo de la sociedad, impulsó al Santo Padre a proclamar esta fecha especial. El Pontífice advirtió que la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado” agregando que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador. ( Quas Primas, Intr.)

    Hoy la Iglesia nos invita de modo especial a meditar acerca de la realeza de Cristo sobre todo lo creado, en especial sobre toda sociedad humana (Cf. CIC, n°2105).

    Fundamentos de la Realeza de Cristo

    A Cristo le pertenece la dignidad regia porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas. (Quas Primas, n°6).Mas Cristo no solo es Rey en cuanto Dios, sino también en cuanto Verdadero Hombre, porque Dios depositó en Él, en cuanto hombre, toda la potestad, grandeza y dignidad de que es capaz la naturaleza humana dándole el reino de todo el mundo, y en el día del juicio todas las cosas se le rendirán total y perfectamente1. De esta manera, el primer fundamento de la realeza de Jesucristo sobre las creaturas es en virtud de lo que la Sacra Teología ha llamado “unión hipostática”2: la admirable unión de las naturaleza divina y humana en la Persona Divina de Cristo. Nuestro Señor es Verdadero Dios y Verdadero Hombre, de donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas. (Quas Primas, n°11)

    Cristo también es Rey porque nos ha conquistado al redimirnos, al precio de Su Sangre. “Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador” decía Pío XI en su encíclica “<<Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha>> (1 Pt 1,18-19). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por <<precio grande>> (1 Cor 6,20.); hasta nuestros mismos cuerpos <<son miembros de Jesucristo>> (1 Cor 6,15)” (n°12)

    La potestad de Cristo como Rey abarca a todo el género humano3. Al instaurar esta Solemnidad, el Sumo Pontífice declaraba que erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo, de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen. (n° 15)

    La Realeza de Cristo en la Sagrada Escritura

    La dignidad regia de Nuestro Señor es manifestada en las Sagradas Escrituras. Veremos solo algunos pasajes a modo de ejemplo.
    En el Antiguo Testamento, narra el Profeta Daniel: Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y  he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo del hombre…A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás. (Dn 7, 13-14). Comentando el texto, expresa Benedicto XVI: Se trata de palabras que anuncian un rey que domina de mar a mar y hasta los confines de la tierra, con un poder absoluto que nunca será destruido. Esta visión del profeta, una visión mesiánica, se ilumina y realiza en Cristo: el poder del verdadero Mesías, poder que no tiene ocaso y que no será nunca destruido, no es el de los reinos de la tierra que surgen y caen, sino el de la verdad y el amor. (25.11.12)

    El Profeta Isaías, a su vez, anticipa el Reino de Cristo con estas impresionantes palabras: “Sobre sus hombros está el imperio, y lleva por nombre: Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz. El imperio será engrandecido, y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para sostenerlo y consolidarlo con el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre.” (Is 9, 5-6)

    Esta visión profética se cumple precisamente en Cristo Jesús. Ya en el Nuevo Testamento, el Arcángel San Gabriel, al anunciarle a la Santísima Virgen que Dios la ha elegido para ser madre del Salvador del mundo, proclama la realeza de Jesús cuando dice que <<reinará en la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin>> (Lc 1, 32-33)

    Por otra parte, el mismo Señor se declara Rey. Al interrogarlo Poncio Pilato: “¿Tú eres rey?”, responde Cristo: Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18, 37-38).

    Enseña Benedicto XVI que: quien acoge su testimonio se pone bajo su ‘bandera’, según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. (Ángelus 22.11.2009)

    El Reino de Nuestro Señor no es de este mundo; no se rige por criterios terrenales, sino que proviene de lo Alto. Como explica el Catecismo Romano, se trata de un Reino que es espiritual y eterno, y que, comenzando en tierra, se perfecciona en el Cielo […] El Padre le dio el reino de todo el mundo, y en el día del juicio todas las cosas se le rendirán total y perfectamente (Primera Parte, Cap. 3, 2., n°7).

    El mismo Redentor da cuenta en el Evangelio de ésta potestad regia de juzgar en el Día Final:

    Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos?, o cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?» Y el Rey, en respuesta, les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis».” (Mt 25, 31-41)

    Por otra parte, después de su gloriosa  Resurrección, el Señor  confirma su reinado sobre todo lo creado cuando exclama: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.” (Mt 28, 18).

    Y San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, nos recuerda que “es necesario que Él [Jesucristo] reine, hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies.” (1 Cor 15, 25)

    La Realeza social de Cristo

    Meditemos con frecuencia sobre el lugar central que debe tener Cristo en nuestra vida. Que Él reine en nuestras almas y en nuestra sociedad. No tengamos miedo de testimoniar la realeza de Nuestro Señor. La luz de Su Mensaje Salvífico no debe quedar oculta en la esfera de la vida individual, sino que debe impregnar todos los ámbitos del orden social, pues Nuestro Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (I Tim 2, 4).

    El Papa Pío XI enseñaba sobre el carácter social de la realeza de Jesucristo: si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. (Quas Primas, n° 17)

     Solo bajo su Su Santa Ley podrán encontrar los hombres la paz verdadera y la felicidad plena. 

    Pidamos especialmente en este día la gracia de no sucumbir ante la nefasta mentalidad laicista imperante, que busca excluir a Cristo de la vida social y pública. Proclamemos, con nuestra vida y testimonio, a tiempo y a destiempo, que Jesús es el Señor (Cf. Flp 2, 10-11), único Camino, Verdad y Vida (Cf. Jn 14, 16).

    Así exhortaba Pío XI al establecer ésta Solemnidad:

    En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad. (Quas Primas, n°25)

    Ya el Señor mismo lo advirtió: “¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde? 26 Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y en la de los santos ángeles.” (Lc 9, 25-27)

    Nuestra vida al servicio de Cristo Rey

    Examinémonos interiormente: ¿ es Cristo el principio y fundamento de nuestra vida?

    Que solo Él reine en nuestras inteligencias, nuestras voluntades y nuestros corazones (Cf. Quas Primas, n°6). Que nuestros pensamientos, palabras y acciones de cada día sean por y para Él. Que nuestra vida entera esté bajo el suavísimo imperio del Divino Rey y Salvador. No nos dejemos invadir por el temor a los respetos humanos, al ¿qué dirán?. Reconozcamos en todo momento y lugar a Jesús como Rey y Señor Nuestro.

    Pidámosle la gracia de la perseverancia final en Su santo servicio. Recordemos siempre, con esperanza, la divina promesa de Cristo:

    “Estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo. Al que venza le concederé sentarse conmigo en mi trono, igual que yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.” (Ap 3 20-22)

    Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús

    Acto de consagración prescrito para rezar especialmente en la Solemnidad de Cristo Rey. Se concede indulgencia plenaria al fiel que lo rece públicamente en este día4.

    Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos arrodillados humildemente en tu presencia. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y para estar más firmemente unidos a ti, hoy cada uno de nosotros se consagra voluntariamente a tu Sagrado Corazón. Muchos nunca te han conocido; muchos te han rechazado, despreciando tus mandamientos. Compadécete de unos y de otros, benignísimo Jesús, y atráelos a todos a tu Sagrado Corazón. Reina, Señor, no sólo sobre los que nunca se han separado de ti, sino también sobre los hijos pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no mueran de miseria y de hambre. Reina sobre aquellos que están extraviados por el error o separados por la discordia, y haz que vuelvan al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que pronto no haya más que un solo rebaño y un solo pastor.
    Concede, Señor, a tu Iglesia una plena libertad y seguridad; concede a todo el mundo la
    tranquilidad del orden; haz que desde un extremo al otro de la tierra no se oiga más que
    una sola voz: Alabado sea el Divino Corazón, por quien nos ha venido la salvación; a él la
    gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén
    5.

    ¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo!

    PÍO XI, Quas Primas, n° 19

    Christus vincit! Christus regnat! Christus imperat! – ¡Cristo vence! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera!

    ¡Viva Cristo Rey!

    1. Catecismo Romano, Cap. 3, 2., n°7 ↩︎
    2. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda la enseñanza del Concilio de Calcedonia [año 451] al respecto: “Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona» (Concilio de Calcedonia; DS, 301-302)”. Recuerda también el Catecismo lo enseñado por distintos Concilios que reafirman la Persona Divina de Cristo: “el quinto Concilio Ecuménico, en Constantinopla, el año 553 confesó a propósito de Cristo: “No hay más que una sola hipóstasis [o persona] […] que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad” (Concilio de Constantinopla II: DS, 424). Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (cf. ya Concilio de Éfeso: DS, 255), no solamente los milagros sino también los sufrimientos (cf. Concilio de Constantinopla II: DS, 424) y la misma muerte: “El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad” (ibíd., 432).” (CIC n° 467-68) ↩︎
    3. Cf. Pío XI. (1925). Quas Primas, n°12 ↩︎
    4. Rezado en otra circunstancia, la indulgencia concedida será parcial (Cf. Enchiridion Indulgentiarum, cuarto editur.(1999). Concesiones, n°2) ↩︎
    5. Enchiridion Indulgentiarum cuarto editur. (1999).Concesiones, n°2 ↩︎

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