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Conmemoración de todos los fieles difuntos – 2 de noviembre

“Todo lo que me da el Padre viene a Mí, y al que venga a Mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado. Y la voluntad del que me ha enviado es que no pierda a ninguno de los que Él me dio, sino que los resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga Vida eterna y que Yo lo resucite en el último día” (Jn 6,37-40).


    Origen y sentido de esta fecha

    En el año 998, San Odilón, cuarto abad benedictino de Cluny, instituyó esta Conmemoración por primera vez. Pronto fue difundiéndose por toda la Iglesia. Gracias a Benedicto XIV, durante siglos, a los sacerdotes de España, Portugal y América del Sur les fue concedido el privilegio de celebrar tres Misas ese día. En agosto de 1915, el Papa Benedicto XV extendió esta disposición a toda la Iglesia universal.

    Al día siguiente de recordar y encomendarse a todas las almas santas que ya gozan de la visión beatífica de Dios en el Cielo, la Iglesia dedica ahora este día especial a conmemorar a todos los fieles difuntos que, habiendo pasado de esta vida terrena a la Eternidad en estado de gracia, aún necesitan purificar sus pecados antes de participar en la Bienaventuranza Celestial.

    Explica Dom Andrés Azcárate, O.SB. que “hay una armonía admirable y consoladora entre estas dos festividades. Los santos nos ayudan a nosotros, y nosotros ayudamos a las almas del Purgatorio por ese intercambio maravilloso de la Comunión de los santos. Nuestras misas, comuniones, indulgencias, sufrimientos, todo puede servir a nuestros hermanos del Purgatorio que sufren”,1 para aliviarlas y que puedan alcanzar pronto el gozo del Cielo.

    El Purgatorio y la necesidad de reparación por los pecados

    El Purgatorio es, tal vez, una de las realidades eternas que más se olvida con frecuencia. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que “los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados…” (n°1030-31)

    Recordemos que todo pecado posee culpa y pena. La primera es la ofensa hecha a Dios. La pena es el justo castigo que dicha ofensa merece. Con respecto a la pena, “es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la ‘pena eterna’ del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar” sea aquí en esta vida terrena, o después de la muerte, en el Purgatorio. “Esta purificación libera de lo que se llama la ‘pena temporal’ del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena “. (CIC n°1472)

    Con el perdón de los pecados se borran la culpa, así como la pena eterna, “pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del ‘hombre viejo’ y a revestirse del ‘hombre nuevo’ (cf. Ef 4,24).” (CIC n°1473)

    La Comunión de los Santos

    En este día, resplandece de un modo especial el inefable misterio y dogma de la Comunión de los Santos, por el cual “la vida de cada uno de los hijos de Dios, en Cristo y por Cristo, queda unida con maravilloso vínculo a la vida de todos los demás hermanos cristianos en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, formando corno una sola mística persona.” (Indulgentiarum doctrina, n°5)

    Por la comunidad de bienes espirituales que une a cada miembro del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, los méritos, sufragios y oraciones que cada alma ofrece a Dios es para provecho espiritual de todos los miembros. Es por eso que hoy la Liturgia nos exhorta a ayudar a nuestros hermanos que aún sufren en el Purgatorio con actos de reparación, a fin de que en virtud de la Comunión de los Santos, estos méritos les ayuden a expiar más prontamente sus pecados.

     Cuando vayamos al Cielo, las veremos: una multitud que se nos acerca y nos agradece. Les preguntaremos quiénes son y nos contestarán: ‘soy una pobre alma por la que rezaste cuando estaba en el Purgatorio.

    Venerable Fulton Sheen

    Las indulgencias por las almas del Purgatorio

    Un gran tesoro que la Santa Madre Iglesia dispensa son las indulgencias. La indulgencia es “la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo referente a la culpa que gana el fiel, convenientemente preparado, en ciertas y determinadas condiciones, con la ayuda de la Iglesia, que, como administradora de la redención, dispensa y aplica con plena autoridad el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos.” (Indulgentiarum doctrina, Norma 1)

    De este modo, a través de la indulgencia, el castigo temporal de nuestros pecados ya perdonados que debemos purificar en esta tierra o en el Purgatorio, es remitido en atención a los méritos de Cristo y de los santos, en virtud de la comunidad de bienes espirituales fruto de la Comunión de los Santos.

    Este tesoro espiritual de méritos, que la Iglesia dispensa con la autoridad que Cristo otorgó a los Apóstoles y a sus sucesores, “no es una especie de suma de los bienes, a imagen de las riquezas materiales, que se van acumulando a lo largo de los siglos, sino que es el infinito e inagotable precio que tienen ante Dios las expiaciones y méritos de Cristo, ofrecidos para que toda la humanidad quedara libre del pecado y fuera conducida a la comunión con el Padre; es el mismo Cristo Redentor en el que están vigentes las satisfacciones y méritos de su redención. A este tesoro también pertenece el precio verdaderamente inmenso e inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las oraciones y obras buenas de la bienaventurada Virgen María y de todos los santos, que, habiendo seguido, por gracia del mismo Cristo, sus huellas, se santificaron ellos mismos, y perfeccionaron la obra recibida del Padre; de suerte que, realizando su propia salvación, también trabajan en favor de la salvación de sus hermanos, en la unidad del Cuerpo místico.” (Indulgentiarum doctrina, n°5)
    Hay dos tipos de indulgencias: la parcial y la plenaria. La primera perdona una parte de la pena temporal. La indulgencia plenaria, en cambio, perdona la totalidad de las penas temporales acumuladas desde el Bautismo hasta el momento de ganar dicha indulgencia. Ambas son aplicables a uno mismo o se pueden ofrecer por el alma de algún difunto. Con ocasión de esta Conmemoración del 2 de noviembre, la Iglesia concede ganar indulgencia plenaria por las almas de los fieles difuntos.

    Hay tres condiciones necesarias para obtener una indulgencia plenaria: “se requiere la ejecución de la obra enriquecida con la indulgencia y el cumplimiento de las tres condiciones siguientes: la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Romano Pontífice. Se requiere además, que se excluya todo afecto al pecado, incluso venial.” (Indulgentiarum doctrina, norma 7)

    Con ocasión de la Conmemoración que hoy celebramos, se han indulgenciado las siguientes obras.

    1.Se concede indulgencia plenaria, aplicable solo a las almas retenidas en el Purgatorio, al fiel cristiano que:

    2.Del 1 al 8 de noviembre, visite devotamente el cementerio y rece por los difuntos, aunque sea mentalmente.

    3.El Día de la Conmemoración de todos los fieles difuntos (o, con el consentimiento del Ordinario, el domingo anterior o posterior, o en la solemnidad de Todos los Santos) visite piadosamente una iglesia u oratorio y allí recite el Padrenuestro y el Credo.

    § 2. Se concede indulgencia parcial, aplicable solo a las almas retenidas en el Purgatorio, al fiel cristiano que:

    1.Visite devotamente el cementerio y rece por los difuntos, aunque sea mentalmente.

    2.Recite devotamente las Laudes o las Vísperas del Oficio de difuntos, o la invocación Requiem aeternam [Dales, Señor, el descanso eterno. Y brille para ellos la luz que no tiene fin. Y que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén].

    (Enchridion indulgentiarum cuarto editur, norma 20, 1999)

    Es importante tener en cuenta que una sola confesión sacramental es válida para obtener varias indulgencias plenarias. Sin embargo, con una sola comunión sacramental y una oración por las intenciones del Papa solo se obtiene una indulgencia plenaria. La condición de rezar por las intenciones del Sumo Pontífice se cumple con un Padrenuestro y un Avemaría Además, le es concedido a los fieles rezar otra fórmula según su devoción. (Cf. Enchridion indulgentiarum cuarto editur, norma 20, inc.5, 1999)

    Además, las mencionadas tres condiciones necesarias para ganar una indulgencia plenaria se pueden cumplir dentro de siete días antes o siete días después de realizar la obra indulgenciada, pero es conveniente que la comunión y la oración por las intenciones del Papa sean realizadas el mismo día que la obra indulgenciada. (Cf. Enchridion indulgentiarum cuarto editur, norma 20, inc. 3, 1999)

    Recordemos que se puede ganar una sola indulgencia plenaria por día. Las indulgencias parciales, en cambio, pueden ganarse varias veces al día. No obstante, in articulo mortis [en el momento de la muerte] el fiel cristiano podrá obtener indulgencia plenaria aunque ya en el mismo día haya ganado otra indulgencia plenaria (Cf. Enchridion indulgentiarum cuarto editur, norma 18, inc. 1 y 2, 1999)

    ¡No dejemos de aprovechar este maravilloso tesoro para auxiliar a las pobres almas del Purgatorio!

    Oración de Santa Gertrudis para liberar a mil almas del Purgatorio

    Nuestro Señor dictó esta oración a Santa Gertrudis y le prometió que cada vez que se rezara libraría mil almas del Purgatorio:

    Padre Eterno, yo te ofrezco la preciosísima Sangre de tu Divino Hijo Jesús, en unión con las Misas celebradas hoy a través del mundo, por todas las benditas ánimas del Purgatorio, por todos los pecadores del mundo. Por los pecadores en la Iglesia universal, por aquellos en mi propia casa y dentro de mi familia.

    Amén

    La realidad de la muerte

    La Conmemoración que hoy celebramos nos invita a meditar serenamente sobre la realidad de la muerte a fin de sacar gran provecho espiritual.

    Dice la Sagrada Escritura: “En todas tus acciones, acuérdate de tus postrimerías, y nunca jamás pecarás” (Eclo 7, 40)

    Las realidades finales de la vida de cada persona se llaman “Novísimos” o “Postrimerías”. Son: muerte, juicio, gloria (cielo) e infierno.

    Con la muerte, es decir la separación del alma y del cuerpo, el hombre queda frente a la eternidad. “La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10)”, dando paso a “la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe.” (CIC n°1021)

    “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación…bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo… bien para condenarse inmediatamente para siempre.” (CIC 1022)

    -El Juicio particular es precisamente la comparecencia ante Dios al instante de la muerte, donde el alma conocerá su destino eterno: Cielo o Infierno (el Purgatorio no es un estado definitivo, y el alma que va allí tiene la certeza de ir al Cielo). Luego, al final de los tiempos, tendrá lugar el Juicio Universal. Allí, Cristo, en toda Su gloria y majestad “vendrá a juzgar a vivos y muertos” como profesamos en el Credo. San Pablo, por ejemplo, se refiere a este Juicio cuando dice: “Todos debemos presentarnos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno dé cuenta de lo que hizo viviendo en cuerpo, así bueno como malo, y reciba lo que le corresponda.” (2 Cor 5, 10) Esta comparecencia será pública, ante toda la humanidad de todas las épocas. Ese día final, que será luego de la resurrección de los cuerpos, y cuyo momento solo el Creador lo sabe, se “revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena”. Dios “pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte”. (CIC n°1040-41)

     -Dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el gozo del Cielo: “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven “tal cual es” (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4)…Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama ‘el cielo’ . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha… Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha “abierto” el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él…En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él “ellos reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23)” (n°1223-1229)

    -Como hemos visto previamente, las almas que han muerto en gracia y amistad con el Señor, pero no han expiado completamente sus faltas, deben purificarse antes de gozar de la visión de Dios en el Cielo. Es “similar al niño que rompe la ventana y es perdonado, pero aún queda pendiente reparar la ventana”. Esta purificación “implica dolor, pero está impregnado de amor. Es un amor que repara a través de esas penas , con la esperanza de que ya el cielo está asegurado”2. Nunca nos olvidemos de rezar y ofrecer sufragios por estas almas.

    -Sobre el Infierno, el Catecismo citado explica: “morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra ‘infierno’ (…) La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, ‘el fuego eterno’ (…) Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: ‘Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran’ (Mt 7, 13-14)” (n°1033-36)

    Deja en claro también el texto que “Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final.” (n°1037)

    Una mirada de esperanza

    Dice San Agustín “nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”(Confesiones, I, 1). Estamos llamados a contemplar un día a Dios cara a cara. Él es el fin último de nuestra existencia. Ante esto, la muerte es solo un paso a la Vida Eterna. No debemos temerle. “¿Qué más diremos? Con la muerte de uno solo fue redimido el mundo. Cristo hubiese podido evitar la muerte, si así lo hubiese querido; mas no la rehuyó como algo inútil, sino que la consideró como el mejor modo de salvarnos. Y, así, su muerte es la vida de todos…” (San Ambrosio)3

    Vivamos cada momento con la mirada puesta en la Eternidad. Pidamos a Dios incesantemente el auxilio de su gracia para perseverar en su amor hasta el final.

    “Piensa siempre que después de lo que estás viviendo ahora, habrá un cielo. Esto suavizará tus penas, liberará tu corazón de ataduras, motivará tu esperanza, tu amor a Dios será más apasionado (…) lo más hermoso del cielo es ver a Dios, aquel para quien nuestro corazón fue hecho…”4

    “Lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni entró en el pensamiento humano, esto tiene Dios preparado a los que lo aman.” (1 Co 2, 9)

    Dales, Señor, el descanso eterno. 

    Y brille para ellos la luz que no tiene fin. 

    Y que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. 

    Amén

    1. Azcárate, A. (1943). Nota litúrgica a la la Conmemoración de todos los fieles difuntos, en Misal Diario para América. Editorial Guadalupe, p. 1409 ↩︎
    2. Viaña, G. (2024). Hábitos para la felicidad y el cielo. Gonvill, p. 115-116 ↩︎
    3. San Ambrosio, Muramos con Cristo y viviremos con Él (Libro 2,40. 41. 132. 133) ↩︎
    4. Viaña, G. (2024). Hábitos para la felicidad y el cielo. Gonvill, p. 119 ↩︎

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