IX-Almas Ocultas
¡Oh! y ¿Cuántos corazones ardientes están cubiertos de humildes vestidos! ¡Qué lámparas de oro no esconde el velo de monja o el hábito de religioso! ¡Cuántos rincones de pobres casas en el mundo, o de retirados conventos; cuántos institutos, cuántos claustros y santuarios están perfumados de fragancias eucarísticas! Almas escogidas, desconocidas del mundo y de la misma Iglesia, conocidas solamente por Dios; almas que, sin tener éxtasis o carismas extraordinarios, viven también de la Eucaristía, como vivió Magdalena de Pazzi y Catalina de Siena, y estarían dispuestas a perder la vida, antes que perder voluntariamente una sola Comunión. ¡Son secretos que sabremos en el gran día del Juicio, cuando será revelado todo misterio!
Por tanto, con la gracia de Dios, que nos previene, nos solicita y ayuda, basta tener corazón y saber amar, para llegar a ser almas eucarísticas. Y si nos faltasen todas las demás disposiciones, mucho mejor; la humildad supliría toda falta, según la hermosa expresión de Santa Magdalena Sofía Barat: «Si no puedo ser una grande santa, seré una grande humilde».
No olvidemos que la humildad fue el secreto de los privilegios y de las grandezas de María; que un humilde artesano de Nazaret fue escogido por Padre putativo y Custodio de Jesucristo; y que no fueron los Reyes del Oriente, los Magos, sino los pobres y sencillos pastores los que primero fueron invitados a adorar al Niño-Dios en la cuna de Belén; y pobres pescadores que remendaban las redes, fueron los elegidos por compañeros del Salvador del mundo. Con un poquito, pues, de santa humildad y un corazón generoso, si se quiere, se llega pronto a ser almas eucarísticas.
X-De nosotros depende ser almas verdaderamente eucarísticas
Y hemos dicho si se quiere, como si dependiese solamente de nosotros. Si, hemos dicho bien y no retiramos la palabra; depende de nosotros, no depende ya de Aquel que dijo: Venid a mí todos; tomad y comed, todos, de mi cuerpo; tomad y bebed, todos, de mi sangre. Ninguno es excluido, todos son invitados. Escuchad, si no, el canto dulcísimo de la Iglesia: O res mirabilis! Manducat Dominum pauper, servus et humilis: ¡Oh maravilla! recibe a su Señor el pobre, el siervo y el miserables. Además, desde el fondo de sus tabernáculos, a todos repite lo que recomendó a los Apóstoles en la última Cena: Manete in dilectione mea: «Perseverad en mi amor» (1); por eso, ha querido permanecer sacramentado en todas las iglesias de todo el mundo. ¿A quién, pues, negará jamás la gracia de acercarse a Él, y de amarle y corresponderle, cuando de todos quiere ser recibido, y amado y correspondiendo? He aquí por qué decíamos que depende de nosotros y no de Él.
No os desaniméis, pues, oh almas deseosas de la divina Eucaristía; amad, amad siempre; amad mucho a Jesús Sacramentado, y pronto llegaréis a ser su corona y sus delicias. En el estado en que la Providencia os ha puesto; con los talentos, fuerzas y medios, de los cuales os es dado disponer, haced lo que podáis; notad bien estas palabras: haced lo que podáis, pero firmes y constantes, y llegaréis a ser pronto almas verdaderamente eucarísticas. Jesús lo merece, lo desea y a ello nos invita.
XI-El Amor Eucarístico de una madre de familia
¿Quién más pobre y necesitada que la Beata Ana María Taigi? Obrera camarera, mujer de un camarero, madre de numerosa prole, obligada a alimentar a sus ancianos padres y además a su hija Sofía, que quedó viuda aun siendo muy joven, y a los hijos de esta. Cargada, pues, de numerosa familia, en que se necesitaba trabajar todos los días para ganar el pan cotidiano, ¿quién, repito, más pobre, más indigente que Ana María Taigi? Pero al mismo tiempo, ¿quién más que ella enamorada del Santísimo Sacramento del altar? ¿Quién, más que ella, hambrienta de la Carne y sedienta de la Sangre del Salvador? Y hubo siquiera un día, un día solo, en el que hubiese dejado voluntariamente la santa Comunión? ¿Un día solo que no hubiese visitado a Jesús en sus adorables tabernáculos? Y en el amor al Sacramento, ¿no emuló ella, pobre calcetera romana, a las más excelsas vírgenes del claustro que ensalza la Iglesia? ¿No tuvo ella los mismos carismas eucarísticos que tuvieron las más elevadas almas eucarísticas?
Un día, en la iglesia de San Carlino, en las Cuatro Fontanas, la sagrada partícula, volando de las manos del celebrante, fue a posarse sobre sus labios. Otro día, en la iglesia de San Ignacio, un sacerdote poco prudente se atrevió (acaso para probar su santidad) a darle la Comunión con una partícula no consagrada. Apenas la tragó, lo entendió la pobrecita y fue a desahogar la pena inmensa de su espíritu a los pies del confesor.
En otra ocasión, estando en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, en la plaza de la Colonna, durante la primera República francesa, comenzó un movimiento de revolución. Todos salieron precipitadamente de la iglesia, incluso el sacristán, el cual, después de haberla llamado muchas veces en voz alta, viendo que no respondía, para terminar más pronto, cerró las puertas, dejándola dentro, y se marchó. Ana María estaba sumida en tan profunda contemplación delante de Jesús Sacramentado, que no advirtió en manera alguna aquel alboroto.
Atestiguan además testimonios dignísimos de fe, como el Cardenal Pedacini y Monseñor Natali, quienes la conocieron íntimamente, que apenas había comulgado, estando cerca de ella, se sentía que sus costillas rechinaban como si quisieran romperse, no pudiendo contener en el pecho las llamas del celeste ardor. Y a Jesús Sacramentado, que una vez la atraía con sus dulzuras, le dijo: Marchad, Jesús, que soy una pobre madre de familia. ¡Cuánta santidad no resplandece en esta frase!
Si la Beata Ana María Taigi fue una grande alma eucarística, ¿quién, con la gracia de Dios, no podrá serlo igualmente? Cierto que no todos son llamados a los heroísmos eucarísticos, pero ¿quién no es llamado al amor eucarístico?
XII-El ejemplo de la viuda pobre
Si hay una página del Santo Evangelio que merece ser bañada de lágrimas, es aquella en que se narra la escena sucedida en el gazofilacio, que era el lugar don de el pueblo echaba las limosnas para el templo. «Estando Jesús sentado frente al arca de las ofrendas, estaba mirando cómo la gente echaba dinero en ella, y muchos ricos echaban grandes cantidades. Vino también una viuda pobre, la cual metió dos pequeñas monedas, que hacen un cuadrante, y entonces, convocando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más en el arca, que todos los otros. Por cuanto los demás han echado algo de lo que les sobraba: pero ésta ha dado de su misma pobreza, todo lo que tenía, todo su sustento (2)
XIII-Entregar el corazón
¡Oh almas que esto leéis! Si también vosotras deseáis sinceramente pertenecer a la porción escogida de las almas eucarísticas, imitad a la viuda del gazofilacio: dad a Jesús lo que tenéis; ofrecedle lo que podéis. Y eso que tenéis, y lo mejor que podéis ofrecerle, es vuestro corazón: echad esta moneda en el gazofilacio eucarístico. Jesús Sacramentado la recogerá y la conservará en su Corazón Santísimo, y dirá estas dulces palabras: «Esta alma, desde ahora en adelante, será mía; me ha dado todo lo que tenía, porque, dándome su corazón, toda ella se ha entregado a mí».
Si esto es así dejadme terminar este capítulo sobre la vida eucarística, con las palabras de la Iglesia:
Jesum omnes agnoscite, Amorem ejus poscite; Jesum ardenter quarite, quaerendo inardescites (3),
Conoced a Jesús mortales todos, y su amor implorad con prez ferviente; y este amor en vosotros se acreciente, buscándole anhelosos de mil modos.
Notas
(1) Jn. 15, 9.
(2) Mc. 13, 41-44. El cuadrante valía un poco menos de dos céntimos.
(3) Himno del Santísimo Nombre de Jesús.
Fuente:
De Castellammare, Antonino (O.M.Cap). El Alma Eucarística: Quién es, cómo se conoce y cómo se forma. (M. M. de Caravajal, trad.) 4° ed, pp., Cap. I, pr. IX-XIII, pp 17-21.