V-La hermosura de las Almas Eucarísticas
A cualquier alma virtuosa se le dice: pulchra es, eres hermosa; pero a sola el alma eucarística debe decírsele: tota pulchra es, eres toda hermosa. Toda hermosa, porque, siendo la más expuesta a los rayos divinos, es la espiga más llena y el racimo de uva más exquisito. Toda hermosa, porque es bella, santa y fragante con la belleza, la santidad y fragancia de la Eucaristía; porque en la frente del alma eucarística se retrata una calma divina; de sus ojos salen miradas suaves y dulces como las miradas del Nazareno; en su semblante apacible y sereno, se refleja el esplendor del espíritu; son miel y leche sus palabras, y sus labios sonríen siempre. Sí, aun cuando sufre y gime, sus labios se entreabren siempre en dulce sonrisa. Toda hermosa, porque su mente, habituada al pensamiento de Jesús, la tiene inclinada con dulzura hacia el lado del corazón, en donde reside el que es su amor, su amante, su amado; y todos sus razonamientos, costumbres, su compostura y porte, toda su persona, son fragancia de la Eucaristía.
Si Isaac la acercase a sí, le repetiría la bendición dada a su hijo Jacob, cuando dijo: «He aquí que el olor de mi hijo es como el olor de un campo bien florido y bendecido por el Señor (1). Mas, de hecho, la acerca a sí Jesús Sacramentado, y, abrazándola tiernamente, le susurra al oído: «La fragancia de tus perfumes excede a todos los aromas; el olor de tus vestidos es como el olor de suavísimo incienso» (2). Y el Esposo celestial no miente ni exagera; porque las verdaderas almas eucarísticas, como Clara de Asís, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Magdalena de Pazzi, Verónica de Giuliani, Teresa del Niño Jesús; las verdaderas almas eucarísticas, como Pascual Bailón, Felipe Neri, Luis Gonzaga, Alfonso de Ligorio, el Cura de Ars, Pedro Julián Eymard, son aroma, son incienso, son flores de la Eucaristía ¡Y son también transparencia de Jesús Sacramentado!
VI-Amadas con predilección
He ahí por qué, si todas las almas buenas son amadas, las eucarísticas son amadas con predilección; si las almas buenas se buscan, las eucarísticas se sienten; aun entre los personajes evangélicos preferimos a los que fueron más íntimos con nuestro Señor, como el dulcísimo Patriarca San José.
Y si a los ojos del mundo, ignorante y maligno, el alma escogida, que pasa la vida revoloteando como abeja alrededor del Tabernáculo y girando como la tierra en torno del sol, parece un alma mezquina, una hermosura descolorida y afeada, ella puede, no obstante, muy bien repetir: «No reparéis en que soy morena; porque me ha robado el Sol eucarístico mi color» (3), siendo las almas de Jesús semejantes a las flores que, llevadas a la iglesia, se marchitan y mueren junto al amado Tabernáculo. […]
VII-Es necesaria la gracia de Dios
Este lenguaje de la vida eucarística es demasiado elevado, y, por eso, es demasiado duro (4), ¿quién podrá entenderlo y mucho menos ponerlo en práctica?
Es cierto, ante todas las cosas, que, sin una gracia particular de Dios, no se puede comenzar ni perseverar en la vida eucarística, vida sobrenatural y una de las formas más nobles, delicadas y perfectas de la santidad cristiana. También a las almas eucarísticas nuestro Señor repite lo que un día dijo a los Apóstoles. «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros» (5). Es claro, pues, que la gracia es indispensable. Mas, ¿cómo se puede dudar de que nos falte ésta para llegar a ser almas eucarísticas, cuando el mismo Jesús, que arde en deseos de nuestro amor y se lamenta de nuestra frialdad y falta de correspondencia, es quien nos invita a llegarnos a su mesa? Son tales las invitaciones de nuestro divino Salvador, que el piadoso autor de la Imitación, después de haber hecho mención de ellas, así comienza conmovido el cuarto libro, dedicado toda a la Eucaristía: «Cristo, verdad eterna, éstas son tus palabras, aunque no fueron pronunciadas en un tiempo, ni escritas en un mismo lugar. Y pues son palabras tuyas, fielmente y muy de grado las debo yo todas recibir. Tuyas son, tú las dijiste, y mías son también, pues las dijiste por mi salud. Muy de grado las recibo de tu boca, para que sean más estrechamente ingeridas en mi corazón» (6)
Ahora bien; el llamamiento de Jesús es una gracia, y es además prenda de todas las gracias necesarias para aquellas almas elegidas que quieren corresponder a ese llamamiento con todo el esfuerzo posible, y llegan a toda costa, a ser sus amantes y enamoradas. De donde se sigue que, si todas las almas cristianas no llegan a ser almas eucarísticas, no es porque les falte la gracia, sino porque les falta la buena voluntad; las dificultades no vienen de parte del invitante, sino por parte de los invitados, que no saben corresponder a los deseos amorosos de Jesús en su adorable Sacramento.
VIII-El secreto de la vida eucarística
Según esto, nos parece que todas las dificultades para la vida eucarística se reducen a ésta: ¿tenéis un corazón? ¿Queréis hacer buen uso de él? Pues, si lo tenéis y queréis hacer de él buen uso, todas las dificultades están resueltas: con la gracia de Dios, que no os faltará, y con vuestro corazón, podéis llegar a ser un alma. Aún más, una grande alma eucarística. Las dificultades que pueden encontrarse en abrazar la vida eucarística; no son dificultades que debe resolver la inteligencia, sino el corazón. El que con el fuego del Espíritu Santo sabe amar, posee el secreto de la vida eucarística, ya que la Eucaristía es el amor hecho Sacramento. Por tanto, con la gracia de Dios basta saber amar para llegar a ser eucarístico. Sí, aquél que corresponde con más generosidad a los deseos del Corazón Eucarístico de Jesús, merece más auxilios, adquiere un corazón más grande, sabe mejor amar sobrenaturalmente, y llegará con más facilidad a la verdadera vida eucarística. Y por eso, ¡Oh! ¿Cuántas viejecitas humildes y sencillas serán más agradables a Jesús Sacramentado que grandes teólogos! ¿Cuántos discípulos serán más eucarísticos que sus maestros! ¡Cuántas ovejitas, más que sus pastores!
Ni tampoco, para ser alma eucarística, es menester llegar a ser una Catalina de Sena o Teresa de Jesús ¡Oh, no! Vosotros, los que leéis estas líneas, podéis estar tranquilos. Catalina de Siena, Teresa de Jesús y las otras angelicales criaturas que veneramos sobre los altares, son las obras maestras de los modelos eucarísticos; mas las obras maestras no excluyen los buenos trabajos. Muy pocos monumentos de arte existirían, por cierto, si debieran valer sólo las obras maestras, las cuales, sabemos, son pocas precisamente porque son obras maestras; de la misma manera, entre los miembros del cuerpo humano, la cabeza es una sola, pero no por eso los otros miembros dejan de tener su valor. Aún más, una obra que, comparada con otra, queda muy inferior a ella, considerada en sí misma, puede ser verdaderamente una obra maestra. Así, por ejemplo, una violeta, una mariposa, que son una monada comparadas con un ángel, no dejan por eso de ser pequeñas obras maestras en sí mismas consideradas. Pues esto mismo acontece con las almas eucarísticas. Muy pocas serían, si, para serlo, debieran todas igualar a una Teresa de Jesús o a una Verónica de Giuliani. No, no es necesario; pues así como no hay Tabernáculo que no tengan su lámpara material, así tampoco hay Tabernáculo que no tenga su lámpara espiritual, Jesús tiene en todas partes sus almas.
Sea eternamente alabado y adorado el Santísimo Sacramento.
Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, ruega por nosotros.
Notas:
- Gen. 28, 27.
- Cant. 4, 10-11.
- Cant. 1, 5.
- Jn. 6, 61.
- Jn. 15, 16.
- Lib. 4, cap. 1, sec. 1.
Fuente:
De Castellammare, Antonino (O.M.Cap). El Alma Eucarística: Quién es, cómo se conoce y cómo se forma. (M. M. de Caravajal, trad.) 4° ed.