08 de Septiembre: Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María
Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
La Santa Madre Iglesia solo celebra tres nacimientos en su calendario litúrgico: la Natividad de Nuestro Señor (25 de diciembre), la Natividad de Su Precursor, San Juan Bautista (24 de junio) y la Natividad de Su Madre, el 8 de septiembre. Por lo tanto, la Iglesia honra de manera única a estas tres figuras principales relacionadas íntimamente con la Encarnación del Hijo de Dios y su misión redentora.
El nacimiento de María Santísima es el puente que une al Antiguo y al Nuevo Testamento, poniendo fin a la etapa de la expectativa y las promesas, e inaugurando la era de la gracia y la salvación en Jesucristo.
La Iglesia celebra su Natividad en vistas de su misión como Madre del Salvador. Su existencia está indisolublemente unida a la de Cristo: participa de un plan único de predestinación y gracia. El plan misterioso de Dios sobre la Encarnación del Verbo abarca también a la Virgen, que es su Madre. De esta manera, el Nacimiento de María, como su Divino Niño, se inserta en el corazón mismo de la Historia de la Salvación.
Un poco de historia
Cada 08 de septiembre, la Iglesia celebra la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen. Ha elegido esta fecha teniendo en cuenta la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, que se celebra el 8 de diciembre, nueve meses antes de la Natividad.
Esta festividad, de origen oriental, se remonta al siglo V. Gracias al Concilio de Éfeso (431 A.D.), el culto a la Madre de Dios se había intensificado notablemente y, por este motivo, se originaron numerosas celebraciones en su honor. Fue adoptada por la Iglesia Occidental a partir del siglo VII. En Roma, la fiesta se celebraba con una procesión en la que se iban recitando las letanías a la Virgen hasta concluir en la Basílica de Santa María la Mayor.
Cuenta una piadosa tradición que San Maurilio instituyó esta fiesta en Angers (Francia) como consecuencia de una revelación alrededor del año 430. En la noche del 8 de septiembre, un hombre escuchó a los ángeles cantando en el cielo, y al preguntarles la razón, le respondieron que estaban llenos de júbilo porque María Santísima había nacido ese día.
El misterio de la Natividad
Si bien es cierto que en los Evangelios nada se nos dice sobre el nacimiento de la Santísima Virgen, conocemos algunos datos a través de la tradición y de algunas revelaciones privadas.
De acuerdo a la tradición, los santos Ana y Joaquín, padres de Nuestra Señora, habían sido infértiles durante toda su vida matrimonial. Entonces, como Sara (Génesis 21: 2) e Isabel (Lucas 1), Santa Ana concibió en su vejez a la Santísima Virgen, quien habría nacido y vivido junto a ellos en lo que hoy conocemos como la Basílica de Santa Ana. Este santuario fue construido en el siglo V y consagrado el 08 de septiembre con el nombre de Sanctae Mariae ubi nata est (que en latín significa, Basílica en donde nació Santa María). Se ubicaba al lado de la “Piscina Probática”, donde Jesús curó a un paralítico. Algunos textos apócrifos relatan que San Joaquín poseía un rebaño de ovejas, que llevaba a la “piscina probática” con el propósito de lavarlas y dejarlas aptas para el sacrificio en el templo.
Nos cuenta San Máximo, el confesor, en su Vida de María: «de la estéril Ana nació María, iluminadora de todos: así, en efecto, se traduce el nombre de María: “iluminadora”. Entonces los venerables padres de la feliz y santa niña quedaron colmados de una gran alegría. Joaquín organizó un banquete e invitó a todos sus vecinos, sabios e ignorantes, y todos dieron gloria a Dios, que había obrado para ellos un gran prodigio […] De este modo, la angustia de Ana se trocó en una gloria más sublime, la gloria de convertirse en puerta de la puerta de Dios, puerta de su vida y comienzo de su gloriosa conducta.»
La Natividad en las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick
«Días antes de su parto, Ana había anunciado a su esposo Joaquín que este suceso se aproximaba.
Envió ella mensajeros a Séforis donde vivía su hermana Maraha, al valle de Zabulón a casa de María Enué, hermana de Isabel y a Betsaida a la casa de su sobrina María Salomé para invitarlas a que viniesen a su casa. Vi a Joaquín la víspera del parto de Ana, enviar numerosos servidores a los parajes en que pacían sus ganados.
Entre las nuevas criadas de Ana, no dejó en casa sino las indispensables para el servicio; él mismo fue al campo más inmediato.
Joaquín oró por largo tiempo, escogió los mas hermosos corderos, cabritos y bueyes y los envió al templo como sacrificio de acción de gracias. No volvió a casa sino hasta la noche. Las tres parientas de Ana llegaron al anochecer a la casa de Joaquín. La visitaron en el cuarto que seguía a la sala principal y la abrazaron. Ana después de anunciarles la proximidad de su parto, estando de pie entonó con ellas un cántico en éstos o semejantes términos: “Alabad al Señor Dios; El ha tenido piedad de su pueblo, ha cumplido la promesa que hizo a Adán en el Paraíso, cuando le dijo que la descendencia de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente”. Después de ésta oración de bienvenida, se sirvió a las mujeres una pequeña cena de pan, frutas y agua mezclada con bálsamo. Ellas comieron y bebieron de pie y después se fueron a dormir para descansar del viaje y Ana se quedó de pie y oraba. A medianoche despertó a sus parientas para que orasen con ella; la siguieron y se colocaron detrás de una cortina en el sitio del lecho.
Abrió Ana las puertas de un pequeño nicho cavado en el muro y que encerraba reliquias en una caja. En ambos lados encendieron luces pero ignoro si eran lámparas.
Un escabel rellenado estaba al pie de esa especie de altarcillo. En el relicario había cabellos de Sara, por quien Ana conservaba gran veneración, huesos de José que Moisés trajo de Egipto, cierta cosa de Tobías, quizá algún pedazo de vestido y el vasito brillante en forma de pera en el cual bebió Abraham cuando lo bendijo el ángel y que Joaquín había recibido con la bendición.
Ahora sé que ésta bendición era de pan y vino y como un nutrimento o comida sacramental.
Ana se arrodilló delante del nicho, dos de las mujeres estaban a sus costados y la tercera a sus espaldas; Ana dijo entonces un cántico y creo que era sobre la zarza de Moisés. En ese instante una luz sobrenatural llenó el cuarto y se movía y condensaba en derredor de Ana. Las mujeres cayeron de cara como desvanecidas; la luz tomó en torno de Ana la forma de la zarza de Moisés en el Horeb, de suerte que no vi más a la esposa de Joaquín. La llama radiabahacia el interior y de repente, vi que Ana recibiese en sus brazos a la niña María toda resplandeciente; la envolvió en su capa, la estrechó contra su seno y enseguida la puso sobre el escabel ante el relicario y continuó en oración. Entonces oí llorar a la niñita y vi que Ana sacaba pañales debajo del gran velo que la cubría. Envolvió a la criatura hasta bajo sus brazos, dejando descubierto pecho, cabeza y brazos, la aparición de la zarza ardiendo se había disipado.
Las mujeres se levantaron y quedaron sorprendidas, verdaderamente emocionadas y tomaron a la recién nacida en sus brazos; ellas lloraban de puro contento. Todas entonaron un nuevo cántico en acción de gracias y Ana suspendió en el aire a la niña como para ofrecerla a Dios.
En ese instante vi de nuevo llenarse de luz el aposento y oí a muchos ángeles que cantaban “Gloria” y “Aleluya”. Entendí todo lo que decían: Anunciaban que a los 20 días, la niña recibiría el nombre de María.Ana entró a su pieza para acostarse y se puso en la cama. Las mujeres desnudaron a la niña, la bañaron y la envolvieron de nuevo. Después de esto, la llevaron a su madre, cuya cama estaba dispuesta de manera que se podía poner en ella un canasto descubierto en donde la niña tenía un lugar aparte al lado de su madre.
Las mujeres llamaron entonces a su padre Joaquín, vino cerca del lecho de Ana, se arrodilló y derramó abundantes lágrimas sobre la niña; luego la levantó en sus brazos y entonó un cántico de alabanzas como Zacarías en el nacimiento de Juan.
En ese salmo habló del santo germen que, puesto por Dios en Abraham, se perpetuó en el pueblo de Dios con la alianza sellada por la circuncisión y que en ésta niña llegaba en su última florescencia. Oí además en éste cántico que la palabra del profeta Isaías: “Una vara saldrá de la raíz de Jessé” , estaba ahora cumplida. Dijo también con mucho fervor y humildad que ahora moriría él de buena gana».
Para meditar: Homilía de San Juan Damasceno sobre la Natividad
«¡Ea!, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta en la que nació el gozo de todo el universo […] Nosotros, tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre Eva se ha transformado en gozo. Esta, en efecto, escuchó la sentencia divina que dice: Parirás los hijos con dolor (Gn. ). A María, por el contrario, se le dijo: Alégrate, oh llena de gracia (Lc.).