La Iglesia nos invita hoy a meditar acerca de los grandes sufrimientos que padeció la Santísima Virgen acompañando a su Divino Hijo, sobre todo en el momento supremo del Calvario, al pie de la Cruz. Sus dolores, por causa del Salvador, estuvieron estrechamente unidos a la alegría de nuestra redención.
El Evangelio nos narra que la Madre de Dios, ya desde el nacimiento de Su Hijo, comenzó a sufrir. Cuenta San Lucas que, al presentar al Niño Jesús en el Templo, al poco tiempo de nacer, la Virgen tuvo su primer gran dolor. Dice el texto evangélico que el santo profeta Simeón, al bendecir al Niño, “dijo a María, su madre: «Este niño es puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser una señal- y a tu propia alma , una espada la traspasará…»” (Lc 2, 34-36.) Simeón le revelaba así los sufrimientos que debía padecer Nuestro Señor por nuestra Salvación.
Toda la vida de Cristo fue un camino de preparación para el acto redentor de la Cruz. Con su inefable y abnegado amor, la Virgen Santísima acompañó a su Hijo, participando de sus dolores; abandonándose por completo a la Voluntad de Dios.
Fue en el momento culminante de la Pasión cuando María se convirtió en Madre Nuestra. Escribe San Juan en su Evangelio:
“Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su madre…” y continúa más adelante: “Jesús, viendo a su madre y, junto a ella, al discípulo que amaba, dijo a la madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. (Jn 19, 25-28) En el discípulo amado, San Juan, estábamos representados todos nosotros.
¡Qué don tan grande este! María Santísima nos asiste y nos ayuda maternalmente a llevar nuestras cruces de cada día.
Una hermosa y antigua devoción mariana consiste en rezar el Rosario de la Mater Dolorosa. Consiste en un conjunto de siete dolores, compuestos por un Padre Nuestro, siete Avemarías y un Gloria, en los cuales se van meditando los principales sufrimientos de María a lo largo de la vida del Señor.
Seamos hijos devotos de la Mater Dolorosa. Acudamos siempre a ella, sobre todo en los momentos de prueba.
¡Mater Dolorosa, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros!