¿La santidad es algo inalcanzable, reservada para unos pocos? Esta Solemnidad nos recuerda que todos podemos ser santos ¡Te contamos cómo!
“En este día sentimos que se reaviva en nosotros la atracción hacia el cielo, que nos impulsa a apresurar el paso de nuestra peregrinación terrena. Sentimos que se enciende en nuestro corazón el deseo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya ahora tenemos la gracia de formar parte. Como dice un célebre canto espiritual: «Cuando venga la multitud de tus santos, oh Señor, ¡cómo quisiera estar entre ellos!»”.
Benedicto XVI
Origen
Esta solemnidad se remonta al siglo IV. En el año 609, el Papa de ese entonces, Bonifacio IV, estableció una celebración para venerar en un solo día a los numerosos mártires de los primeros siglos. Tiempo después, en el año 840, el Sumo Pontífice Gregorio IV dispuso que se celebrara en todo el mundo.
A partir de ese momento, la Iglesia ha dedicado un día especial a honrar y venerar a todos los bienaventurados que ya gozan eternamente de la visión de Dios.
¿Quiénes son los Santos?
Enseña el P. Leo J. Trese, en su libro La fe explicada:
“La palabra <<santo>>, derivada del latín, describe a toda alma cristiana que, incorporada a Cristo por el Bautismo, es morada del Espíritu Santo (mientras permanezca en estado de gracia santificante). Tal alma es un santo en el sentido original de la palabra.”1 Sin embargo, por lo general se reserva designar con ese nombre a aquellos que ya están en el cielo.
Muchos de ellos han sido canonizados, es decir, presentados por la Iglesia como modelos a seguir, e intercesores por nosotros ante Nuestro Señor. Luego de una vida ofrendada al servicio de Dios y del prójimo, han obtenido la Bienaventuranza Eterna del cielo. En este sentido, tantas otras almas, sin haber sido canonizadas, también han llevado una auténtica vida de Santidad, muchas veces oculta y solo conocida por Dios.
En la Solemnidad de hoy, la Iglesia quiere venerar a todas y cada una de las almas que ya han alcanzado la Gloria Celestial.
Vocación a la Santidad
En este día la Liturgia nos invita a meditar de modo especialísimo sobre el llamado universal a la Santidad. El mismo Señor nos exhorta a ser santos cuando dice en el Evangelio: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Con el auxilio divino, es posible alcanzar la santidad, buscando crecer en el amor a Dios y cumplir Su Voluntad. Es una gracia que debemos pedir siempre. El Papa Benedicto XVI, explicando esta fecha, enseña que los santos “a través de sus diferentes itinerarios de vida, nos indican diversos caminos de santidad, unidos por un único denominador: seguir a Cristo y configurarse con él, fin último de nuestra historia humana. De hecho, todos los estados de vida pueden llegar a ser, con la acción de la gracia y con el esfuerzo y la perseverancia de cada uno, caminos de santificación.” (Ángelus, 01.11.2011)
Es por eso que conocer las vidas de los Santos, inflamadas de amor a Dios, nos anima a imitarlos, acrecentando en nuestro corazón el deseo del cielo.
¿Cómo podemos alcanzar la Santidad?
La Santidad, en el sentido de la plenitud de la vida en Cristo, tal como la llevaron tanto los Santos canonizados así como los que silenciosamente ofrendaron sin reservas su vida al servicio de Dios y del prójimo, es una meta a la que todos estamos llamados desde el Bautismo. Es un don gratuito de Dios.
Benedicto XVI nos regala ésta luminosa reflexión al respecto:
” ¿Cómo podemos recorrer el camino de la santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta es clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces santo (cf. Is 6, 3), quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo la que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma. (…) Dios derramó su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Por tanto, el don principal y más necesario es el amor con el que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo a causa de él. “ y continúa: “ahora bien, para que el amor pueda crecer y dar fruto en el alma como una semilla buena, cada cristiano debe escuchar de buena gana la Palabra de Dios y cumplir su voluntad con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en la sagrada liturgia, y dedicarse constantemente a la oración, a la renuncia de sí mismo, a servir activamente a los hermanos y a la práctica de todas las virtudes. El amor, en efecto, como lazo de perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3, 14; Rm 13, 10), dirige todos los medios de santificación, los informa y los lleva a su fin» (Lumen Gentium, 42).” (Audiencia general, 13.4.2011)
La vida de cada Santo es única, a la vez que son múltiples los itinerarios espirituales que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia a lo largo del tiempo. En ultima instancia, el amor a Dios, buscando cumplir su Divina Voluntad, y una íntima unión e identificación con Cristo han sido esenciales en la vida de cada uno los Santos. Asimismo, tampoco hay que olvidar que “el camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (CIC n° 2015)
Podemos mencionar algunos pilares fundamentales concretos para alcanzar la Santidad:
Oración
Es verdadero alimento del alma. Santa Teresa de Ávila, Doctora de la Iglesia y gran maestra de oración, la caracteriza como “tratar de amistad estando a solas muchas veces con quien sabemos nos ama”. Al momento de rezar, entonces, hablemos con Dios como con un amigo. Ya sea para adorarlo, darle gracias, para pedirle aquello que necesitamos, o manifestarle nuestro amor. Santa Teresita de Lisieux, también Doctora de la Iglesia, escribe al respecto: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”. Dios siempre nos escucha… y también nos habla, a través de sus inspiraciones. Debemos guardar una actitud de silencio interior y recogimiento para poder discernirlas. Jesús mismo nos lo enseña cuando con estas palabras: “cuando quieras orar entra en tu aposento, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6, 6). Es decir, que nos apartemos de la agitaciones que nos distraen. La oración a su vez nos lleva a vivir continuamente en presencia de Dios: ser conscientes de que en todo momento Él “está con nosotros. Y cada vez que lo hacemos, se renueva en nosotros el consuelo, la esperanza, la fortaleza.”2 Así, bajo Su amorosa mirada, buscaremos agradarle siempre.
Vida sacramental
Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia. Al haber sido instituidos por el mismo Cristo, son un medio privilegiado por el cual se nos comunica la gracia. Por ella, Dios nos hace partícipes de su vida divina y nos regala su amistad. Frecuentemos de modo especial el sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía. Por el primero, Dios perdona nuestros pecados y nos devuelve a la vida de la gracia (si la perdimos por un pecado mortal) o la incrementa (cuando la debilitamos por el pecado venial). La Eucaristía, por su parte, es fuente y culmen de la vida cristiana. Allí Cristo se nos da realmente, a través de la Hostia consagrada, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Este admirable sacramento nos une profundamente a Jesús. Dice el Señor: “quien come mi carne y bebe mi sangre mora en Mí y Yo en él” (Jn 6, 57).
Lucha contra el pecado
Procuremos evitar las ocasiones que puedan inducirnos a ofender al Señor. Justamente porque lo amamos, no queremos ofenderlo. Es una gracia que hay que pedir constantemente en la oración. Con el auxilio divino y la práctica de las virtudes, podremos vencer las tentaciones. Un cuidadoso examen de conciencia diario y la confesión frecuente son indispensables en esta verdadero combate espiritual. No olvidemos que Santo no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta.
Práctica de las virtudes
La virtud consiste en “una disposición habitual y firme a hacer el bien. Te ayuda no solo a realizar buenos actos, sino a realizarlos con más estabilidad, menor esfuerzo (…) gozo y alegría.”3 Se logran a través de la repetición de actos. Si estos son buenos, arraigarán precisamente en virtudes, si son malos, en vicios4. Debemos pedir al Señor su auxilio para formar y acrecentar en nosotros las virtudes, de modo que por medio de su práctica, animada por la caridad5, podamos vivir rectamente, como Él quiere.
Apostolado
“Nadie que ha encendido una lámpara la pone en un sitio oculto ni debajo de un celemín, sino sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.” (Lc 11,33)
El don de la Fe que hemos recibido no es algo que debamos guardar solamente para nosotros mismos. “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura” (Mc 16, 15) dijo Nuestro Señor a sus apóstoles. La palabra “apóstol” quiere decir justamente “enviado”.
“Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es ‘enviada’ al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. ‘La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado’. Se llama ‘apostolado’ a ‘toda la actividad del Cuerpo Místico’ que tiende a ‘propagar el Reino de Cristo por toda la tierra’ (AA 2)” (CIC n°863).
La Eucaristía es el alma de todo apostolado, es la que hace fecunda toda acción que realicemos para llevar el Mensaje Salvífico de Cristo a los demás. (Cf. CIC n°864)
Devoción a la Santísima Virgen
El amor a la Inmaculada Madre del Salvador, sobre todo a través del rezo del Santo Rosario, nos asegurará su especialísimo amparo. Será Ella quien nos asista en las dificultades y quien nos guie con mano maternal a su Divino Hijo.
Expresa San Bernardo en una bellísima oración:
“Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, invoca a María.
Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, invoca a María.
Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara.”
“La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya.”6
Benedicto XVI
La Comunión de los Santos
Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que “ésta expresión designa primeramente las cosas santas, y ante todo la Eucaristía (…) Éste término designa también la comunión entre las personas santas en Cristo (…) de modo que lo que hace o sufre en y por Cristo da frutos para todos.” (n°960-61)
Por esta Comunión de los Santos, que profesamos en el Credo de los Apóstoles, tenemos entonces la certeza del profundo vínculo sobrenatural, en Cristo, que existe entre todos los hijos de la Iglesia: tanto los que ya están gozando de Dios (Iglesia triunfante), los que todavía estamos peregrinando sobre la tierra (Iglesia militante), y los que aún se purifican de sus pecados en el Purgatorio (Iglesia purgante). A través de este lazo insondable, las almas que ya están en el cielo, atentas a nuestras súplicas, las presentan ante Dios e interceden por nosotros. Así también nosotros no debemos dejar de rezar por las pobres almas del Purgatorio.
La devoción a los Santos
Por su íntima amistad con Dios, a Quien ya contemplan en la Bienaventuranza Eterna, los Santos Le ofrendan los méritos de su vida terrena en favor de los que aún peregrinamos en este mundo. A través de Nuestro Señor Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres, interceden por nosotros, estando siempre solícitos a ayudarnos. Santa Teresita de Lisieux, por ejemplo, expresó en vida este deseo. Así hablaba la doctora de la Iglesia: “pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra.”
Expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, en el n°956: “<<por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad […] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad >>(LG 49).”
Frente a posibles objeciones ajenas a la tradición católica sobre el culto de veneración a los Santos, enseña el Catecismo Romano: “lejos está de disminuirse la gloria de Dios por honrar e invocar a los Santos que murieron en el Señor (…) que más bien se la aumenta” en tanto que aviva y “confirma la esperanza de los hombres, y los mueve a su imitación.” (Cap. 2, III, n°9)
Es por ello que la Iglesia honra a los Santos, en razón de su vida profundamente unida a Cristo. Una práctica recomendada desde antiguo es adoptar la protección especial de Santos particulares como patronos, amigos y fieles intercesores por nosotros en el cielo. Además, puesto que son auténticos modelos de vida cristiana, su amor a Dios y sus virtudes son un ejemplo a imitar, con el auxilio de la gracia.
¿Adoración o veneración?
Los católicos no adoramos a los Santos, sino que los veneramos.
Adoración es el culto reservado única y exclusivamente a Dios. Se conoce también como culto de “latría”.
“Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto’ (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13). Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.” (CIC, n°2096-97) La idolatría es justamente adorar algo que no es Dios.
La veneración, en cambio, es el respeto y honra que se le da tanto a ángeles y a los Santos como a los objetos sagrados. El culto de veneración se conoce también como culto de “dulía”.
La Santísima Virgen recibe máxima veneración, en razón de ser la Madre de Dios . Este modo especialísimo de honra, por debajo de la adoración que se le debe solo a Dios, se conoce como “hiperdulía”.
Encomendémonos hoy y siempre al cuidado maternal de la Virgen María, Reina de todos los santos. Ella nos ayude, por su poderosa intercesión, a llegar contemplar un día el rostro de su Divino Hijo.
Víspera de Todos los Santos…¿Halloween?
El 31 de octubre, la Iglesia celebra la Víspera de la Solemnidad de Todos los Santos. Sin embargo, esta festividad es olvidada con frecuencia. Halloween parece haber tomado su lugar.
Tal vez para muchos no sea más que una fecha comercial, o incluso una simple diversión infantil. Pero… ¿Se conoce realmente su significado?
El origen remoto de esta fiesta lo encontramos en la antigüedad, cuando el pueblo celta, de religión druida celebraba un nuevo año, conmemorando a los muertos. En estas ocasiones, los sacerdotes de este culto pagano invocaban a los espíritus de los muertos para que visitaran las casas de sus familias.
Posteriormente con los primeros siglos del cristianismo y la evangelización de los pueblos paganos, fue afirmándose la Solemnidad que hoy celebramos. La víspera de ese día pasó a ser conocida como “Vigilia de Todos los Santos”; All Hallow´s Even en inglés antiguo. Poco a poco, este nombre fue cambiando hasta devenir en “Halloween”.
En la actualidad, la celebración de Halloween ha tomado un sentido muy distinto. Con el correr del tiempo, se han mezclado muchas tradiciones en esta fecha, que fueron llevadas desde Europa a Norteamérica; y de allí a todo el mundo. El temor y la fatalidad de la muerte han pasado a ocupar el centro de esta fiesta, así como la invocación a los muertos del antiguo rito celta, los disfraces extravagantes de monstruos y fantasmas. Por otra parte, y esto es algo que a veces pasa desapercibido, las sectas ocultistas utilizan especialmente esta fiesta para realizar prácticas de brujería y ritos satánicos.
De esta manera, Halloween se ha convertido en ocasión de promover costumbres completamente contrarias a la Fe Católica.
Cada 31 de octubre, volvamos a conmemorar cristianamente esta fecha , como Víspera de Todos los Santos, y renovemos nuestra devoción a ellos, así como un ardiente anhelo de seguir el ejemplo de sus vidas, llenas de amor a Cristo.
¡Si te gustó el contenido, compártelo con tus amigos!
¡Qué tengas un Santo día!
¡Santos y Santas de Dios, rogad por nosotros!
- Trese, L.J. (2008). La fe explicada. Rialp, p. 197 ↩︎
- Viaña, G. (2024). Hábitos para la felicidad y el cielo. Gonvill, p. 86 ↩︎
- Idem, p.12 ↩︎
- Cf. Idem ↩︎
- La caridad, fuente de todas las virtudes, es la virtud teologal infundida por Dios en nuestra alma por la cual lo amamos a Él por sobre todas las cosas, y al prójimo por amor a Él (Cf. CIC n°1822). ↩︎
- Audiencia general, 13.4.2011 ↩︎