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Septenario a la Mater Dolorosa

Esta piadosa devoción consiste en meditar durante una semana, cada uno de los siete dolores de la Santísima Virgen. Semejante a una novena, comienza el 08 de septiembre, con la Fiesta de la Natividad de María Santísima y termina el 14 de septiembre con la Exaltación de la Santa Cruz. Es una bellísima forma de prepararnos para celebrar a la Mater Dolorosa el 15 de septiembre.

Nuestra Señora dijo a Santa Brígida: Miro a todos los que viven en el mundo para ver si hay quien se compadezca de Mí y medite mi dolor, mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos. Por eso tú, hija mía, no te olvides de Mí que soy olvidada y menospreciada por muchos. Mira mi dolor e imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y mis lágrimas y duélete de que sean tan pocos los amigos de Dios.

Guía para rezar el Septenario

  • Por la Señal de la Santa Cruz + de nuestros enemigos + líbranos, Dios, Señor nuestro+. En el nombre del Padre + y del Hijos + y del Espíritu Santo +. Amén;
  • Jaculatoria: Te ruego, Madre, me hagas esta merced y favor, fijando de aquel Señor las llagas en mi corazón;
  • Oración inicial;
  • Lectura del Evangelio y Meditación del Dolor correspondiente a cada día;
  • Un Padre Nuestro, siete Ave Marías y un Gloria;
  • Oración final;
  • Jaculatoria: Te ruego, Madre, me hagas esta merced y favor, fijando de aquel Señor las llagas en mi corazón.

Te ruego, Madre, me hagas esta merced y favor, fijando de aquel Señor las llagas en mi corazón.

Oración Inicial

Virgen Santísima, Madre de Jesús crucificado, llena de aflicción y amargura, te suplicamos que instruyas nuestro entendimiento y enciendas nuestra voluntad, para que con espíritu fervoroso contemplemos tus dolores y, con tu ayuda, podamos imitarte en el modo de aceptar la Santísima Voluntad de Dios y las cruces de cada día.

Primer Día: La Profecía del Santo Anciano Simeón

Dice el evangelio según San Lucas: “…Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.

Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser un signo de contradicción – ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones»” (2,25-35).

Me compadezco, Mater Dolorosa, por el dolor que padeciste con el anuncio de Simeón cuando dijo que tu corazón sería el blanco de la Pasión de tu Hijo. Haz, Madre mía, que sienta en mi interior la pasión de tu Hijo y tus dolores.

Segundo día: La huida de la Sagrada Familia a Egipto

Dice el evangelio según San Mateo: “Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te diga. Porque va a buscar al niño para matarlo».

Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto, y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo»

Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los Magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de todos los alrededores, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los Magos.

Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías. «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen»” (2, 13- 18).

Me compadezco, Mater Dolorosa, por el dolor que padeciste en el destierro a Egipto, pobre y necesitada en aquel largo camino. Haz, Señora, que me conforme a la santísima Voluntad de Dios en medio de las persecuciones de mis enemigos.

Tercer día: La pérdida del Niño Jesús en el Templo

Dice el evangelio según San Lucas: “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.

Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y lo buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

Y sucedió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y preguntándoles; todos los que lo oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.

Cuando lo vieron, quedaron sorprendidos, y su Madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando».

Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?»

Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio” (2, 40-50).

Me compadezco, Mater Dolorosa, por el dolor que padeciste por la pérdida de tu Hijo en Jerusalén por tres días. Concédeme lágrimas de verdadero dolor para llorar mis culpas por las veces que me he alejado de mi Dios, y que lo encuentre definitivamente, para nunca más perderlo.

Cuarto día: Jesús con la Cruz a cuestas encuentra a su Santísima Madre

Dice el evangelio según San Lucas: “Lo seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por Él” (23, 27).

Me compadezco, Mater Dolorosa, por el dolor que pareciste el ver a tu Hijo con la Cruz sobre sus hombros, caminando al Calvario con escarnio, oprobios y caídas. Haz, Señora, que lleve con paciencia la cruz de la mortificación y los sufrimientos de cada día.

Quinto día: La crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo y María al pie de la Cruz

Dice el evangelio de San Lucas: “Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Se repartieron sus vestidos, echando a suertes.

Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido» También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos»

Uno de los malhechores colgados lo insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Entonces, ¡sálvate a ti mismo y a nosotros!»

Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque lo hemos merecido con nuestros crímenes, en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Templo se rasgó por el medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho esto, expiró” (23, 33-46).

Me compadezco, Mater Dolorosa, por el dolor que padeciste al ver morir a tu Hijo, clavado en la cruz entre dos ladrones. Haz, Señora, que mortifique mis vicios y pasiones; que viva crucificado para el mundo y el mundo viva crucificado para mí.

Sexto día: El descendimiento de la Cruz y Jesús en los brazos de su Santísima Virgen

Dice el evangelio de San Marcos: “Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús.

Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo.

Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca, luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro.

María Magdalena y María la de José se fijaban dónde lo habían puesto” (15, 42-47).

Me compadezco, Mater Dolorosa, por el dolor que padeciste al recibir en vuestros brazos aquel santísimo Cuerpo difunto y desangrado con tantas llagas y heridas. Haz, Señora, que mi corazón viva herido de amor y muerto a todo lo profano.

Séptimo día: La sepultura de Nuestro Señor y la Soledad de María

Dice el evangelio de San Juan: “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo.

Fue también Nicodemo – aquel que anteriormente había ido a verle de noche – con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar.

En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido sepultado.

Porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús” (19, 38-42).

Me compadezco, Mater Dolorosa, por el dolor que padeciste en tu soledad, sepultado ya tu Hijo. Haz, Señora, que quede yo sepultado a todo lo terreno y viva sólo para Ti.

Rezar un Padre Nuestro, siete Ave Marías y un Gloria.

Oración Final (San Buenaventura)

¡Mater Dolorosa!, por esa espada de dolor que atravesó tu alma cuando viste a tu amadísimo Hijo elevado en la Cruz, desnudo, clavado en un patíbulo infame, cubierto de heridas y golpes, dígnate obtener que nuestro corazón se vea penetrado por la espada de la compunción y herido por el amor divino.

¡Madre afligida!, por esos tormentos inexplicables que sufriste sin quejarte, cuando, de pie, al lado de la Cruz, oíste a tu Hijo recomendarte a San Juan, lanzar un gran grito y exhalar su espíritu en las manos de Dios, su Padre, socórrenos en nuestras postrimerías.

Cuando nuestra lengua no pueda ya invocarte, cuando nuestros ojos se cierren a la luz y nuestros oídos a los rumores del mundo, cuando nuestras fuerzas nos abandonen, acuérdate, ¡misericordiosísima Mater Dolorosa!, de las oraciones que ahora decimos en tu presencia y que dirigimos a tu bondad. Socórrenos en esa hora de peligro extremo, y dígnate presentar nuestra alma a tu Hijo, a fin de que, en consideración a tus súplicas, la libre de todo tormento y la haga entrar en el deseado reposo de la patria celestial.

¡Madre traspasada por la espada!, por esos profundos gemidos que se escaparon de tu pecho, que desbordaba de amargura cuando, recibiendo en tus brazos a tu amado Hijo desclavado de la Cruz, contemplabas su rostro, antes tan hermoso y entonces desfigurado por la muerte, y su adorado cuerpo cubierto de heridas, haz, te ruego, que lloremos nuestras faltas y que la penitencia cure las llagas de nuestros pecados, para que en la hora en que la muerte haga de nuestro cuerpo un objeto de repulsión para los hombres, nuestra alma, resplandeciente de belleza, merezca recibir en los transportes del amor divino, el beso del dulcísimo Jesús, tu Hijo y nuestro Señor. Amén.

Te ruego, Madre, me hagas esta merced y favor, fijando de aquel Señor las llagas en mi corazón.

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